sábado, 19 de diciembre de 2015

El Séptimo Arte

En referencia a Dante no concibo otra cosa que la música y todo el esplendor que posee para dominar y manipular todas las otras artes, creando algo único en cada mente.
Pero toda palabra se queda corta para esta maravilla, pues pasarla a letras, definirla, es un acto que conlleva demasiada valentía y que muy fácilmente puede caer en el error.
Por ello es mejor el silencio literario y que suenen las notas con su natural e irrepetible fervor. Pues ninguna otra cosa, más que ella misma, logrará pincelarla mejor.



sábado, 12 de diciembre de 2015

Necesidades

Necesito besar tu piel, y romperme con cada beso que en mi memoria se grabará a fuego mientras que para tu cuerpo sólo será algo pasajero. Necesito posar mis labios sobre los tuyos y bajar por tu cuello hasta donde la mirada alcanza; yendo por los hombros, con suerte los pechos, y puede que quizá por ese vientre que mis dedos desean acariciar lentamente mientras mis ojos descienden, tan cerrados como en los sueños.
Necesito hundir mis manos en tu carne, agarrarla tan bien como querrían hacer mis dientes, lamer tu excitación palpitante manifestada con una boca que se muerde y unir tu jadeo al mío, con nuestras pupilas observando nuestros mutuos y oscuros vacíos. Pues necesito amarte, aunque tú no lo hagas, y chocar así con la realidad que tus muslos guardan, para perderme al fin en ese mar de suspiros según mi vida se escapa con tu hálito querido.

sábado, 21 de noviembre de 2015

He buscado...

He buscado tus labios, con los míos, en unos que no son tuyos. Y no te he encontrado. He acariciado pieles, manos, cuerpos, creyendo verte; pero solo te he imaginado. Mis dedos anhelan ligarse a los tuyos y se lanzan a cualquier nudo que les ofrezca una promesa similar, pero sólo caen y caen en un abismo donde, obviamente, no te pueden hallar.
Mis párpados se cierran, mis ojos no quieren mirar, y aunque mis susurros formen letras, sus palabras sólo te quieren encontrar. Ya no sé cómo hacerlo si en mí reina tal pensamiento traidor; pues creo verte a lo lejos, pero solo son espejismos muertos.
Los suspiros atraviesan mi pecho, como bien hizo el anhelo en su momento, y arañan mi garganta, pero solo porque antes lo han hecho con mi alma. Puede que estas palabras no te digan nada, mas sus uñas se clavan en mi espalda, y mi cara, desgarrada, sangra; cansada de las noches de ausencia y de tormenta; cansada ya de las noches donde el recuerdo, y la impaciencia, son lo único que queda.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Desconectar. Sólo me apetece desconectar. ¿Pero cómo hacerlo si no me quedan ni siquiera fuerzas para tirar del enchufe que me mantiene encendido a esta incesante corriente que me arrastra, que me arrastra…? ¿Cómo hacerlo?
Los brazos están débiles, exhaustos de tanto agotamiento, la mirada apenas se sostiene firme y se precipita a cada momento. Las piernas murieron hace tiempo y ahora cien cuchillos atraviesan mi pecho y su sufrimiento. No sé dónde me encuentro, no sé dónde me encuentro… Igual estoy en mi lecho, pero eso no quita que éste pueda ser bajo un techo de tierra, escondido a cuatro metros. Así es como lo siento, así es como lo siento…, con la inmovilidad atando cada una de mis extremidades, cada uno de mis pensamientos, que gritan en silencio.
Los suspiros se fueron corriendo; la resignación pasó a ser el momento. Y el cansancio se hizo eterno. Movimiento continuo por inercia de un descompuesto. Quizá los gusanos se encuentren poco satisfechos con este deshecho, con este mar de embrollos perdido en el subsuelo, mas tampoco se puede esperar demasiado de ello: los gusanos fueron quienes vomitaron mi cuerpo. Un cuerpo muerto que se encuentra podrido por dentro. Un cuerpo muerto que la desolación arreó hace demasiado tiempo.

domingo, 4 de octubre de 2015

Es octubre

Es octubre. Las noches y las lluvias pasan, como el Sol por las mañanas. Nada cambia más allá del frío, nada cambia. Las gotas empañan mis ventanas, pareciendo ese ligero y húmedo rocío que siempre posee mi alma, y mis dedos forman formas al azar en ese húmedo cristal.
Los truenos han sido las palabras más reales que he escuchado en meses. Los rayos, las ilusiones que más he creído. He pensado en ellos como todo aquello que he querido: ruido potente, belleza inminente y fuga fugaz. Sin saber cuándo volverán o si los días pasarán y pasarán hasta que alguno se digne a regresar.
Es octubre, sí, y nada cambia más allá del frío, ahora también exterior. Mis manos se entumecen, confundidas, ante la lluvia que cae y la escarcha que cubre mi interior. El hielo es profundo y quema, pero ya nada siente mi corazón. Quizá ahora sea otoño, pero dentro de mí hace tiempo que dejó de salir el Sol; el invierno eterno me rodea y mis palabras, ahora carámbanos, murieron de congelación.
Yo no sé por qué intento luchar contra esta tormenta si es lo único capaz de calmar mi cabeza, que se desespera y anhela. Las emociones, como las flores que son, hace tiempo que se marchitaron y murieron. Puede que sea octubre, pero aquí sólo es desolación; ruinas y cansancio comprimidos habitan en este cuerpo exhausto y lleno de desesperación. Quizá la música se fue hace aún más tiempo y sólo dejó este desconcierto, de notas rotas y solitarias como aquellas almas que sin rumbo vagan; como aquella Luna que el cielo todavía guarda.
Las hojas, enrojecidas, caen y se disuelven en este mar de sangre. Sus letras, no tardan en desaparecer y mueren sin ser relevantes. Pues es octubre, y nada cambia: la pesadumbre prevalece y todo termina como estas palabras.

sábado, 19 de septiembre de 2015

IV

Te escribo. Ya no sé desde dónde, ni cómo, ni por qué. Pero aquí estoy, pese a no saber dónde me encuentro, escribiéndote. Las letras no paran de morir en mi cabeza según surgen. Son como brillos fugaces de estrellas que perecen en un instante. Y yo intento atraparlas, capturarlas como buenamente puedo en este papel, a través de mis dedos. Pero nada, es imposible hacerme con todas ellas. Supongo que su destino es morir, supongo que están más vivas de lo que en su día creí, ¿pues cómo puede morir, sino, algo si no está vivo?
En su momento pensé que esto no sería más que otra carta. Tal vez, con suerte, algo importante, pero según la tinta mancha el blanco con estas impresiones sólo puedo decir que no paran de generarse confusiones en mi cabeza, en mis letras. Ni siquiera sé qué diablos hacer con tanta palabrería. Pero aquí la ves. ¿Quieres, pues, que para repararlo te cuente alguna historia? ¿Quizá de cómo un individuo se perdió en su propia memoria? ¿Puede que prefieras el viaje por un sendero oscuro, sin iluminación, donde nada importaba tanto como los pasos que se iban dando? A lo mejor prefieres algo más alegre, como una tarde tranquila llena de viajes en una mente que sueñe. Siento no saber qué buscas, o no poder dártelo, pues lo conozco pero no lo hallo. O igual no lo poseo. Podrían ser ambas cosas, o muchas de otras. Pero aquí estoy, como bien he dicho, pese a no saber dónde me encuentro, escribiéndote.
Las letras, como dije, surgen. Y sé que son horribles. Perdieron hace mucho sus buenas formas y modales, sus características esenciales. Ahora sólo se encargan de buscar algún resquicio por el que colarse. Y hay tantas grietas por donde pueden perderse hasta olvidarse… Abismos incontables que resplandecen incesantes, tentadores, como ciertos labios que aprendí a desconocer. Y, como yo, las letras se tiran y caen y caen y caen, creyendo que algún día alcanzarán algo importante. Creyendo, como si no hubieran aprendido nada durante todo este tiempo. Y puede que no lo hayan hecho, pues ninguna ha vuelto para enseñarles su sufrimiento; sólo han caído por un precipicio negro donde su tinta ha perdido sentido. Fundiéndose con su entorno como si nunca hubieran nacido.
Y quizá aquí me hallo, precipitado, agarrando pedazos rotos como recortes de un periódico, para formar una carta, quizá de auxilio o de socorro, quizá de desespero o de entierro. Para lanzarla lejos, como si eso sirviera de algo más allá de formar más confusión en un alboroto extraviado con ideas y pensamientos acumulados. Y quién lo diría, pues yo no, que esto sucedería. Historias muertas. Otros escritos abriéndose como capullos marchitos que se abren. Flores enfermas que caen. Que caen… Pues se abren y de tanto abrirse se parten, se desmoronan y se deshacen. Cenizas que se creen palabras, palabras que se queman nada más ser pronunciadas. Y cartas extraviadas en las memorias donde fueron procreadas. Anhelando algún día encontrar un destinatario que las quiera, alguna correspondencia, pero sus sobres se perdieron bajo la marea.
El abismo se cierra. O esa impresión crea la noche, sin estrellas, confundiendo el blanquecino cielo con la espesa agua negra. Puede que llueva, mas mi piel está demasiado seca; las gotas sólo le formarán más grietas. ¿Podría colarme yo por ellas? Quizá mi alma ya lo hizo y ahora no encuentra salida. Quizá el abismo es interior y las gotas son lágrimas perdidas. Aquellas que nunca salieron en su momento idóneo. Pero tampoco puedo confirmarlo; no sé dónde me hallo, no sé qué diablos hago; sólo estiro la mano, como si pudiera ver mis dedos, esperando. Y puede, puede ser, que algún día, algo, o alguien, la agarre y me arrastre. Aunque sea sólo para ayudarme a hundirme más en este constante e infinito desastre.


(Añado aquí lo que sonaba mientras escribía.)

domingo, 16 de agosto de 2015

XVI

Los pies fríos, acordes al vacío, y tormentas en la cabeza, con cuerdas que relampaguean. Olas rompiéndose en piedras que golpean las orillas y a quienes se atreven a verlas, con sales marineras que quieren tensar las velas bajo las aguas negras; como si las embarcaciones pudieran navegar a la inversa, surcando las estrellas verdaderas y no las que se reflejan.
Nubes brunas que centellean a oscuras, tinta volátil que inunda la partitura de las gotas de música que repiquetean como si rascasen los remaches de una cajita no-muda y la vista nublada con las caricias de la melodía que mece las tablas, que rompe las corazas; arrancando capas como quien desnuda a quien ama para incitarle al naufragio entre las blanquiazules sábanas.
Agarres y amarres en puertos invisibles e impares que estallan cuando el cielo cruje. Anclas sin nudos que ahogan cuellos desnudos. Y unas uñas arañando la dura corteza de aquel nuevo árbol creado con nuevas piezas viejas. Rotas, las embestidas golpean y entran, inundan como el deleite inunda dos cinturas y los dientes de aguardiente mueren entre las carnes de aquellos que prefieren mostrarse pacientes; hasta que el tiempo les cubre y fallecen, ahogados por él. Finados en la incertidumbre de si su destino hubiera sido distinto en caso de haberse opuesto a su lumbre y a las letras que arden en su interior como los rugidos incesantes de un pasado también muerto.
El naufragio se rompe cuando queda algún superviviente, como el placer pierde su lucha en cuanto se abren los ojos de sus combatientes. Pero ambos se encuentran perdidos en un nuevo ambiente, confusos y desorientados por un final inesperado donde al perecer la vida ha logrado abrirse paso. Como si eso fuera algo deseado. Como si uno no quisiera morir en adrenalina y otro en éxtasis donde sobrevivir no es nada más que una falsa excusa para proseguir. Como si la lluvia buscase al Sol, como si no lo utilizase para sus propósitos y luego decirle “adiós”. Los pensamientos desaparecen con la distracción y los instantes con el recuerdo. Las nubes grises se las lleva el viento y lo demás es arrasado por éste como bien haría el tiempo. Todo momento desaparece como el barco en la mar: flotan destrozos en las aguas y ya no queda nada más.

domingo, 5 de julio de 2015

XXIII

Los ojos pesan, cansados de tanto sentimiento, y ruegan por cerrarse de una vez a este mundo emocional que llevan encadenado dentro. Las ojeras se suman a la carga y al vacío del interior que, pese a estar hueco, es mucho más pesado que si fuera llenado con eso que tanto anhela. Y el tiempo pasa en esa mirada exhausta, abandonada, suspirante por todo aquello que nunca obtendrá como quiere.
Los minutos se alargan, las horas se eternizan y los años mortifican, flagelando ese exhausto pecho tan necesitado de correspondencias; pues no hace otra cosa que lanzar cartas en botellas a mares tempestuosos, como si eso fuera a servir para algo más allá de para perder y romper sueños y deseos en miles de fragmentos que cortan como ese cristal roto que contenía aquel triste papel mal garabateado, ahora hundido y ahogado, gritando en burbujas bajo el océano.
El viento sopla, acaricia mi cabeza y la mirada se difumina. ¿Por qué las lágrimas se agarran a los párpados y se asoman? ¿De veras añoro tanto esos recuerdos de tacto y olfato?, ¿de veras añoro tanto los sabores del tiempo pasado? Pues es lo que noto en mis pupilas, que ahora sólo ven el mundo a través de un agua salada y cristalina. ¿Significará eso, pues, que yo también he saltado a nadar con esos mensajes, a buscar lo que ellos nunca lograron traerme? Pero en ese caso, ¿por qué lo habré hecho? Yo también voy a perderme como ellos. Aunque quizá, como mi esperanza, ahora sea lo único que quiero. Hundirme y ahogarme en la tempestad hasta que nadie encuentre mi cuerpo muerto desde hace tiempo, ahora sólo húmedo y medio descompuesto.
Así que los brazos golpean el agua sin ganas y las olas me devuelven las brazadas mal dadas según los pies crean una estela apenas percibida. Las estrellas del deseo brillan sobre mi testa observándome en esa noche, engañándome al rodearme con su reflejo, esperando que me lance de cabeza en alguno de esos espejismos al creer que al fin he logrado atrapar uno por mí mismo. Pero sólo nado y nado según mi llanto acrecienta ese vasto firmamento marino. Y las lágrimas brillan según se derraman, según descienden por mis mejillas hasta fundirse con esa marea que brama; brillan como reflejo de mi vida, brillan para indicar que ésta está siendo malgastada y perdida. Pero yo continúo, pues sólo puedo vivir de quimeras y deseos, de ensueños imposibles que apenas llego a rozar con los dedos y que se esfuman cuando mis labios se posan en ellos; convirtiéndose en humo, niebla y sueño, despertándome en la orilla de algún lugar desierto donde el sentimiento y la impotencia oprimen más mi pecho y yo vuelvo a lanzar mensajes embotellados y deshechos.



sábado, 27 de junio de 2015

IX

Las nubes parecen algodón lleno de polvo a mis pies, la noche brilla estrellada sobre mi cabeza y el viento acaricia mi cara. ¿Dónde me encuentro yendo a estas horas directo a la nada? Lo último que recuerdo es que intentaba refugiarme en mis letras, en mi cabeza, pero ante la imposibilidad de lograrlo destrocé el muro de mi claustrofóbica estancia y salí de allí volando, desgarrando las alas plegadas bajo la piel de mi espalda.
La sangre ya no chorrea a pesar del rastro que dejé de buen inicio. Una lluvia roja para los vecinos que gritarán horrorizados nada más verlo tras el primer sujeto matutino. Lástima que no vaya a poder disfrutar de esa escena, me dirijo a la nada con mis grandes alas desgastadas y mis penas.
El suelo ya no existe. Las nubes parecen difuminarse. Y el cielo siempre está tan lejano como esas inalcanzables estrellas. Por mucho que alce el vuelo, la distancia no se acorta y sólo logra alejarme de todo aquello que me rodea. Me convierto en un punto borroso que acabará siendo borrado en un soplido, si es que no se ahoga antes al quedarse sin oxígeno para caer cual Ícaro. Pero el cansancio en mis ojos me impide preocuparme por nada que no sea volar hasta donde el color pierde sentido, hasta donde el negro es blanco y el blanco es olvido y las palabras sólo son un alboroto confuso de sinsentidos vacíos.
Me pregunto qué pasará por mi cabeza entonces. Y cómo será todo y toda realidad. Si veré alguna cosa curiosa o sólo pasarán ideas torpes que pretenden parecer contrarias y valiosas. Me pregunto si mis alas desaparecerán o me las arrancarán como si tirasen de mis brazos para amputarlos de cuajo. Si quedará hueso o sólo dos huecos surtidores de sangre. Si mi cuerpo estallará o permanecerá intacto y sin tacto, invisible al ojo e inodoro al olfato. Aunque quizá sólo se convierte en un maldito garabato hecho por una mano rabiosa que araña, que desgarra, que cercena una hoja con un lápiz roto.
O quizá simplemente no llego allí. El Sol está a punto de salir y mis ojos sólo quieren dormir, rendirse al cansancio y precipitarse hacia algún peñasco para despedazar la carne de su cuerpo como un estropajo y dejar un sucio borrón que nadie verá y que el tiempo se encargará de borrar. Que la lluvia arrastre ese cuerpo mutilado y desmembrado en un olvido olvidado de mareas negras hundidas en miseria y así se pierda. Donde nadie lo recuerda, donde nadie lo menciona. Donde nadie nunca nada. Y así la lluvia ayuda al tiempo limpiándole las manos con su negra agua sucia.
Pero las alas siguen batiéndose destrozándose como la mente, como los brazos de aquel hombre que sueña con alzarse, como la cabeza del ave que choca y colisiona contra un ventilador gigante. Siguen batiéndose arrancándose sus pedazos ardientes, dirigiéndose eternamente a esa nada tan ansiada donde ya no serán relevantes ni utilizadas. Donde la inexistencia por fin será alcanzada.

martes, 9 de junio de 2015

Hoy he soñado

Hoy he soñado que estaba contigo, otra vez. He soñado que te amaba, que me querías, y que inundábamos nuestros cuerpos de caricias. He soñado que recorría tu piel fina con la yema de mis dedos, saboreando tu tacto con ellos, mientras una ligera sonrisa rompía tus comisuras. He soñado que tu cuerpo, suave, se moldeaba en mis manos, adaptándose, como el mármol al escultor y que encajaban, mis huecos con tus miembros, durante todo el proceso.
Hoy he soñado que nos encontrábamos, otra vez. He soñado que te quería, que nos amábamos, y que los besos inundaban esos recovecos tan difícil de verlos por culpa de las cicatrices del tiempo. He soñado que tu espalda se posaba en el suelo mientras tus labios se separaban y, con un suspiro, rompían tu garganta… según mis dientes marcaban tus pechos que, endurecidos, sólo pedían más y más mordiscos. He soñado que nos apretábamos, nos arañábamos y luego nos besábamos, acariciándonos y lamiéndonos aquellas heridas que, inocentemente, nos producíamos.
Hoy he soñado contigo, y con tu cuerpo, otra vez. He soñado que hacíamos bellos cuadros de poesía, con nuestro afecto, sin ni siquiera ser conscientes de ello mientras, a lo lejos, nos desvanecíamos en un sueño.

domingo, 31 de mayo de 2015

“El fuego hace ver a la ciudad tan brillante…”, dijo en un susurro mientras clavaba su fría mirada en las llamas que crecían en el horizonte. “Tan brillante…”, repitió con un lento movimiento de sus labios. Yo, por mi parte, no podía apartar la vista de ella, viendo su silueta desdibujada por las sombras de aquella lejana luz que sus pupilas observaban. Con otro movimiento, también lento, apartó su mano izquierda de encima de su pierna y la puso en el suelo, entre los dos, con la palma hacia arriba. ¿Esperaría que la cogiera? Sí, era probable que eso fuera lo que esperaba que hiciera. Así que acerqué mis dedos y, poco a poco, fui rodeando los suyos según notaba el contraste de su fría mano metálica respecto a la mía, humana.
Apretó mi mano con delicadeza. ¿Tendría miedo? ¿O quizá se trataría de algún sentimiento desconocido que rondaba por aquellos circuitos inexplorados? “Son como hormigas huyendo de un hormiguero dominado por una lupa”, volvió a susurrar. ¿Se referiría a las personas que estarían corriendo y chillando desesperadas? No lo sabía y tampoco había forma de que lo supiera. Nos encontrábamos sentados en un pequeño precipicio del bosque y, desde allí, la ciudad para mí no era más que un incendio deforme. Un faro descontrolado que tiembla sin saber dónde queda el océano. Pero quizás ella podía verlos, quizás con sus ojos robóticos podía incluso ver las caras de terror de quienes se encontraban en medio del fuego. Entonces, ¿por qué la seguí? Es más, ¿por qué diablos me sacó a mí de aquel edificio y me llevó a un lugar seguro para más tarde traerme aquí? No había hecho otra cosa que seguirla intentando saber qué demonios hacía con aquellos bidones de gasolina. ¿Quizá pensaría que la comprendía? Porque si se había formado esa expectativa, tarde o temprano me descubriría y seguramente me mataría. Porque yo no la comprendía. Ni siquiera sabía qué la motivaba o qué sentía, si realmente algo lo hacía.
Cerré los ojos y me cortó el suspiro que iba a soltar con otra frase pronunciada por su voz artificial. ¿Me había pedido que me quedase consigo? ¿Acaso era eso o tal vez me lo había imaginado? Abrí los párpados y ahí vi su preciosa mirada mecánica, clavada en mis pupilas. “Quédate conmigo, quédate a mi lado…”, repitió, como si fuera consciente de que no la había entendido de buen inicio. “Quédate…”.
La imagen de ella, de aquella desconocida con la que no había compartido nada más que unas pocas palabras y horas contadas por milímetros y segundos, junto a lo que dijo, me sorprendió. Pero no lo hizo tanto como el abrazo que me dio justo en mi parpadeo, rodeándome con sus fuertes pero delicados brazos y hundiendo su cabeza en mi pecho. ¿Estaría llorando? ¿Era eso posible? ¿O acaso ahora sí que se trataba de una impresión que me había formado yo, muy lejos de la realidad? Quizá simplemente pretendía hacerla más humana de lo que en verdad era. Quizá simplemente eran cosas de mi cabeza. Pero un pequeño gimoteo procedente de aquellos finos labios hizo que se desvaneciera de inmediato esa idea. Y yo ladeé la cabeza.
El fuego brillaba con intensidad, creciendo cada vez más. ¿Acaso nadie se encargaba de intentar apagarlo o es que, por otra parte, lo que en realidad querían era que todo quedase arrasado? Porque, en ese caso, ella solamente les habría hecho el favor de haberlo iniciado. “En el fondo, sólo son, y somos, personas que deseamos, de alguna forma, arder. Sólo que algunas desean hacerlo literalmente…”, murmuré y noté cómo ella alzaba la vista para mirarme fijamente. Le devolví la mirada y me pareció percibir sus ojos más brillantes (aunque no supiera explicar la causa real de aquel líquido centelleo en su metal).

viernes, 29 de mayo de 2015

Notificación

Como se habrá notado, actualmente ando algo intermitente con la subida de escritos al blog y pido disculpas por ello como por el hecho de no haber avisado antes, pero escribo esta entrada para avisar de que seguramente para el mes que viene (espero y deseo, vaya) vuelva la subida semanal habitual (seguramente será a partir de la segunda semana de junio o por ahí).
Disculpad las molestias y un saludo.
C.B.

PS.: Para cualquier cosa, es bastante fácil contactar conmigo.

martes, 5 de mayo de 2015

La luna está bien alta, el bosque duerme y la noche se cubre / (Por debajo de un manto esponjoso)

La luna está bien alta, el bosque duerme y la noche se cubre de la mirada de las estrellas con su manto de nubes de tormenta para poder empezar a llorar por debajo de éstas. La frustración rompe el llanto en forma de relámpago y los truenos gritan por una impotencia incapaz de expresarse. La furia zarandea los brazos de los árboles, agitándolos para que golpeen y se derrumben, cayendo como meras hojas arrojadas por el viento en mitad de un oscuro invierno.
Con un vendaval que arrastra unas lágrimas convertidas en suciedad y fango, en ríos de lodo lloroso que arramblan lo poco vivo que queda para ahogarlo en su fondo incierto y pantanoso, el tiempo pasa como aquella tierra perdida en una ciénaga quemada. Las plantas bajas fueron arrasadas por una violencia desatada, y las más altas no tardaron en caer para perecer. La cólera chocó contra las ramas de la carencia y la aflicción estalló en miles de fuegos e incendios, los cuales consumieron hasta su propio oxígeno; devastando todo lo vivo.
Las raíces del subsuelo despellejado sangran y tiñen de savia la tierra encarnecida. Los anhelos y deseos convertidos en ceniza se deshacen y desvanecen al no distinguirse entre el paisaje; se disipan con la explosión de la ignición, con aquellas llamas, vientos y rayos que todo arrasaron. La calma recupera su noche y la noche recupera su silencio, pero no por debajo de aquel esponjoso manto, pues la esencia de vida sigue fluyendo por la polvareda y poco a poco todo lo llena mientras las últimas brisas ululan entre las ruinas y sombras carbonizadas donde las emociones se desencuentran fragmentadas poco antes de ser apagadas.

lunes, 20 de abril de 2015

Estoy en Maçanet ahora detenido. Y llueve. Es una lluvia fina, ligera, muy pequeñita pero seguida, esa que poco a poco te calaría en los besos. La gente sube mojada, un poco, y el tren hace su sonido rompiendo el silencio armónico de las gotas caer y cierra las puertas para proseguir con el viaje. Me hubiera podido quedar horas y horas observando esa lluvia. Como hacía de pequeño, dentro del garaje. Así que ahora miro por la ventana, pero no es lo mismo que en esa estación donde los trenes se detienen para morir. Y es una lástima. Una lástima. Aunque supongo que las ruedas deben seguir fregándose contra el raíl, como se escucha según avanza la pesada maquinaria.
Ahora observo, en el reflejo que me ofrece una de las ventanas, a una chica de pelo rizado que me ha mirado al entrar. Su cara es pequeña. Y bastante suave de rasgos. Quizá es porque tienden a ser redondeados. Se ha hecho una cola en el largo pelo y ya no tiene el libro que sostenía al principio. Quizá se lo ha guardado en uno de mis despistes, mientras leía o mientras escribía estas letras. Igual lo ha hecho antes de sacar su teléfono del bolso. Y todo está en silencio. A veces se escucha alguna voz, otras alguna bocina, pero excepto por el viento que acaricia las paredes del vehículo desde el exterior y la lluvia repiqueteando, además del frote de las ruedas contra el hierro, todo está en silencio. Es un silencio sinfónico, a diferencia del anterior, a diferencia del de la enorme y grisácea estación que ya he dejado, o más bien el tren ha dejado, atrás. Pues yo sigo teniendo esa imagen en la memoria. Y el cielo está oscuro, también gris. Los árboles son negros, como sombras gigantes de lo que una vez fueron, y la muchacha se levanta al poco de ser anunciada la siguiente parada. Se va. Como otras personas. Cada una tiene su parada se supone. Y cada una se baja, o se sube, en la que le corresponde. Por lo que ahora hay el ruido de la gente que sube y baja, gente nueva mientras la silenciosa compañía disminuye según las voces aumentan. La muchacha se ha ido, con su paraguas azul de mango de madera, y parece que sus miradas, las que me echaba de forma cómplice, por ser ambos lectores, se han ido como el silencio para dar paso a las voces cansadas y viejas de unas nuevas presencias.

martes, 24 de marzo de 2015

Invierno

Los árboles son grises, acordes al cielo, sus hojas hace mucho que se fueron. Cenizas, sólo cenizas blancas e impolutas, en ocasiones caen de unas nubes brunas. Las noches alargan sus garras y se aferran a la tierra mientras acechan con su fría y oscura naturaleza. Y el silencio suena en una línea recta, inmutable al frío como en una fotografía perfecta. Estático. Estático e indiferente está todo. Muerto sobre una tierra helada que todo lo degrada, donde la vida huye y se esconde, refugiándose donde puede, a excepción de unos pocos valientes, o locos, o listos, o insanos, o lobos solitarios que vagan por ese desierto congelado teñido de blanco grisáceo, dejando unas sucias huellas a su paso, como si buscaran algo. Algo perdido y olvidado. Quizá esos colores extraviados. Pero ni siquiera los pájaros se atreven a piar sobre eso. Sólo el silencio les acompaña a lo lejos, para acallarlos también a ellos y borrar, con el tiempo, aquellas marcas que dejaron sobre el gélido suelo.
Los árboles son grises, acordes al cielo, y sus hojas, como todo lo vivo, hace mucho que se fueron.

sábado, 14 de marzo de 2015

El silencio

Es curioso cómo el silencio es sinónimo de estar bien. Como no dice nada, como no se queja de nada, es porque precisamente no pasa nada, es porque está bien. Entonces, por ello, los muertos deben estar estupendamente. Y es que a veces los silencios pueden ser agradables, como incómodos, pero esos sólo surgen en público, o hablando, no cuando alguien enmudece estando solo.
¿Acaso de verdad ven ese silencio como algo positivo? ¿Es porque si se estuviera muriendo estaría chillando? Pero si hay muertes que no producen ruido alguno. ¿O acaso creen que si alguien necesitase ayuda siempre pediría auxilio, incluso cuando fuera que le rescatasen de sí mismo? ¿Qué clase de pensamiento es ese? ¿Acaso el que se rinde no lo hace callando? Yo no me veo anunciando alegremente que me rindo, que me retiro, que dimito y que paso, si no es por un cabreo momentáneo. O es que igual yo no entiendo los gestos, la comunicación. O es que igual, al contrario, soy de los pocos que sí entienden esta reacción, sólo que si no hay nadie que la interprete es tan útil como romperse los dientes.
¿Entonces qué se debe hacer? ¿Pedir ayuda una y otra y otra vez? Yo no veo al ahogado emitir ningún sonido, más bien parece estar plácidamente dormido. Sólo se hunde, inconsciente, y, si no hay nadie que lo saque, perece. Aunque también pueden sacarlo demasiado tarde y entonces sólo obtendrán su frío y húmedo fiambre. Tan silencioso como en el momento de su muerte.

“Ah…”, suspiro y pienso, “es curioso cómo se interpreta el silencio”.


(Lo ideal es empezar en el segundo 0:07)

domingo, 8 de marzo de 2015

Quiero que me susurres al oído...

Quiero que me susurres al oído, tras acercarte con sigilo, y que te sientes en mi falda, sin camisa y contra mi pecho bien apretada; que muevas ligeramente la cadera, como si te acomodases pero con unos roces tan explícitos que ambos sepamos su verdadero objetivo, y que tu mano me acaricie la espalda, mientras tus susurros siguen de tal forma que lo único que quiera es que tus labios se deslicen a los míos en lugar de quedarse ahí, susurrándome al oído.

domingo, 1 de marzo de 2015

Y las teclas vuelven a sonar...

Y las teclas vuelven a sonar en su cabeza. Como si tras un largo invierno floreciera alguna cosa, aunque sea una música suave pero pesada, llena de nostalgia a pesar de su delicadeza y fragilidad, como una rosa de cristal manchada con un par de lágrimas rojas que se deslizan por su copa. Las teclas vuelven a sonar.
Los dedos que ve tras sus párpados cerrados acarician el blanco y negro de su mundo, lleno de tinta y papel, aportándole una melodía que hacía demasiado que no siente. Aunque esa música no le sea del todo agradable, aunque esa música en verdad lo desgarre. Pero ahí está, dentro de su coraza, floreciendo como una primavera otoñal. Unas estaciones sin colores a pesar de ser las que la realidad más les brinde. Unas estaciones todavía detenidas en el tiempo invernal que hay dentro de esa bola de cristal. Quizá lo único que le falte entonces sea el calor, un verano cálido que derrita el hielo y permita que primavera y otoño se fundan en uno en lugar de quedarse atrapados bajo unos grises muros aéreos. Pero esa calidez no llega y la tormenta sigue haciendo acto de presencia.
La música suena y, aunque sólo sea en su cabeza, sus oídos la captan a la primera, empapándose de ella como si fuera la lluvia de una tormenta de primavera. ¿Acaso esa melodía estará transformando todo aquello que se encuentra encerrado?, ¿o simplemente será otro intento en vano de un violento desgarro destinado al fracaso? No lo sabe, pero pese a ello sigue y con los ojos cerrados sonríe nostálgicamente. Quizá, pese a todo, ese paisaje modificado le aporte alguna cosa nueva, sea mala o fructuosa, pero algo insólito con lo que pueda iluminar un poco esa oscuridad que se cierne sobre su cabeza grisácea. Algo nuevo con lo que poder mostrar un poco esa oscuridad que siempre le acompaña como una sombra nocturna.
Y las teclas vuelven a resonar en su cabeza, como si tras un largo invierno alguna cosa floreciera en ese mundo que espera, que espera a que algo ocurra aunque sea una locura; pues para ello necesita que el tiempo transcurra y el suyo se encuentra detenido, como un reloj marchito. Pero aun así la espera prosigue, aunque sea porque es lo único que tiene. Espera, paciente, a ver qué es lo que ocurre. Y piensa en las teclas. Siempre teclas. Tanto para la escritura como para la música. Teclas, papeles y manchas negras que se rompen y estallan en su mente como fuegos artificiales que no hacen colores. Como fuegos artificiales que, por lo menos, prenden emociones. Aunque éstas acaben dispersándose. Pero logran que la vista se alce y que ésta observe aquellos centelleos que ofrece la noche estrellada, permite contemplar una belleza lejana que le recuerda a todas aquellas pérdidas que siempre añora. A todo aquello que, por mucho que alargue la mano, nunca alcanza. Imágenes etéreas que se difuminan en la lejanía, como los recuerdos hacen en la memoria misma.
Y espera, espera y espera mientras las teclas resuenan otra vez en su cabeza.

domingo, 22 de febrero de 2015

Oliver

Las ramas se mecían bajo el viento que ululaba entre sus hojas como la brisa lo hacía con algunos mechones castaños de Oliver, quien se encontraba tumbado en el césped con los ojos clavados en el extraño baile de los árboles. El calor del día le adormecía poco a poco, pero se resistía a ello intentando distraerse con el sonido de algún pájaro o el de algún motor lejano que pasaba por ahí. Las nubes, que momentos antes habían navegado por el enorme mar aéreo, habían desaparecido sin dejar rastro junto a las voces de la ciudad, que parecían haber enmudecido por arte de magia. Pero eso no le preocupaba, él seguía disfrutando de su cómoda escena.
El aire, que entró por la nariz de Oliver en una gran inspiración antes de ser soltado en un tranquilo suspiro, pareció ser acompañado de ideas que permanecieron en su cabeza. Pensó que podía levantarse y así asegurarse el no dormirse, correr hacia ninguna parte como solía hacer muchas veces, adentrarse en la oscuridad de aquel bosque que tenía delante, guiado únicamente por el piar de aquellas aves invisibles, o también ir en dirección contraria: hacia las casas que se difuminaban en la lejanía. Pero también podía seguir como ahora, bajo el riesgo de ser vencido por la modorra, o buscar cualquier nueva distracción con el simple hecho de cambiar su posición. Pero no quería, o eso parecía, así que siguió pensando en todas esas opciones mientras sus párpados se iban cerrando lentamente. Podía, podía y podía. Parecía que no le faltaban posibilidades, ¿pero y las ganas? ¿O, por decirlo de alguna manera, el vencer a su supuesta pereza? Eso ya era más complicado y por ello, antes de quedarse dormido, prefirió darlo todo por terminado y, de entre todas sus alternativas, decidió escoger la definitiva de poner un punto. Y el escenario cambió.
Las gaviotas graznaban por encima de su cabeza rompiendo el sonido de las olas rotas en la orilla. La arena, calentada por el día que ya terminaba, rodeaba cada vez más su cuerpo aunque él no lo viera. Su respiración seguía plácida y lenta, incluso cuando notó cómo sus pies eran mojados por aquella fría agua salada, que trepaba por sus piernas según el Sol se hundía en la marea. ¿Quizá eso era lo que hacía que ésta subiera? Oliver no lo sabía, pero le gustaba esa idea: pensar que el Sol se apagaba por el agua y que por eso la oscuridad reinaba; que, mientras el mar guardaba la estrella en su interior, la Luna hacía una guardia nocturna como un sustituto del Sol. El cómo se encendía luego otra vez el astro le traía sin cuidado, pensaba que darle una explicación a eso estropearía su cuento. Es por ello que siempre lo dejaba incompleto, una historia donde, al final, sólo quedaba una noche eterna.
El agua ya alcanzaba los hombros de Oliver y él notaba las puntas de su cabello moverse como las ramas de los antiguos árboles, así que cogió aire y dejó que el mar le cubriese. Una vez hecho, abrió los párpados y observó, desde debajo de esa capa líquida, un mundo borroso, oscuro y ondeante. Su cuerpo había sido enterrado bajo la arena húmeda y sólo podía mover la cabeza que, sumergida, contemplaba cómo la amarillenta estrella enrojecía y enrojecía según se ahogaba para terminar convertida en una especie de enorme esfera negra que se hundía, muerta. ¿Entonces su historia condenaba al astro o era él mismo que se veía reflejado en ese sombrío mundo subacuático? Quién sabe, al final sólo quedaba una noche eterna y un cadáver.
La imagen lo superó y no lo soportó, soltó todo el oxígeno en un chillido sordo e intentó mover los brazos para nadar a la superficie. Pero éstos estaban enterrados por la arena, aferrados bajo tierra. Oliver pensaba en qué podría haber ocurrido para que, de todas las anteriores opciones, ahora ninguna se hiciera presente. Pero ante la falta de respuestas y alternativas sabía que debía volver a cambiar el escenario. Así que decidió poner un nuevo punto, pero éste lo echó de su mundo.
Y ahí se encontró de nuevo, con la respiración agitada y el sudor mezclado con lágrimas, frente a una pantalla llena de letras. Recapacitando en cómo podía continuar todo, si es que se atrevía a volver a esos insanos mundos que siempre le parecían idílicos de buen inicio aunque tarde o temprano se viera abocado a sus precipicios.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Desvaríos

Quisiera (volver a) sentir la blanca arena crujir bajo mis patas de invierno. Mas ahora sólo hay hueso, vacío de su tuétano de sentimiento, convertido en un mero desperdicio desprovisto de aquello que debería estar recubriendo según se hiela por momentos. Las carcomidas y pútridas carnes que una vez lo recubrieron se desprendieron hace tiempo, pérdidas en mitad de un trayecto sin regreso, pues los pasos fueron envueltos en fango y cubiertos por un hielo extraño que, por mucho que arañase o golpease, sólo lograba mancharlo de mi oscura sangre. Quizá fuera cierto aquello de que somos presos de nuestros caminos, aunque éstos fueran andados sin sentido. Y ahora que mi mirada se clava en la bóveda y contempla las estrellas caer sobre mi rostro para derretirse en mis mejillas, siento cómo algo grita. El problema es que sólo es el eco de una antiquísima y ya lejana dicha.

[? Manuscrito de El vagamundos] 

domingo, 18 de enero de 2015

Silencio

“Los árboles se deshojan y lloran caducos como nuestros silencios.”

Es curioso cómo, ahora que hay un silencio indefinido, añoro aquellos que teníamos; no pensé que uno de tan grande me fuera a afectar tanto. Los de antaño eran nuestros e interpretables, pero éste… simplemente cae para permanecer en lugar de desvanecerse.
Hoy ha llovido. Y yo ya no sé para qué o para quién escribo. Cada vez estoy más disperso, como los fragmentos de las gotas que estallan al colisionar, sólo que en mi lugar, a diferencia de ellas, ninguna pieza parece unirse para formar una más grande y nueva. Simplemente son cristales punzantes que no parecen poder repararse. Y eso me entristece.
Me he empapado de arriba abajo; mi sombrero, mi chaqueta de cuero e incluso mis zapatos viejos. No se ha librado siquiera la pequeña libreta en la que se han iniciado estas letras. Me he sentado en un banco, o al menos eso he imaginado, notando cómo el frío del agua escalaba por mi espalda e invadía mi persona, para luego sacar un lápiz y empezar a escribir. Las páginas se mojaron poco a poco y todavía siguen húmedas. Es como si se impregnasen de unas lágrimas que se niegan a marchar, a evaporarse y abandonar estos papeles. Igual es porque expresan lo que sienten, pues en aquellos momentos, a pesar del cielo grisáceo y las ramas desnudas que intentaban alcanzarlo, sólo había tristeza. Una tristeza extraña y tiesa, como si estuviera congelada y yo tuviera que cargarla a la espera de que se derritiera. Pero nada, cada vez era más fría y pesada.
Las pequeñas notas de una melodía sonaban en mi cabeza en armonía con la lluvia. Era como estar encerrado en una bola de cristal con cajita de música incluida. ¿Pero de qué servía todo eso? En esos lugares tan frágiles todo suele ser bonito y casi perfecto, a pesar de lo que puedan significar si no se ven desde dentro, pero aquí sólo hay descontento. Es como si desde que aparecieron los nubarrones ya nada pudiera entrar o salir, ni siquiera vivir. Y yo ya no sé qué hacer aquí. Espero mientras el tiempo sigue corriendo. Espero mientras veo cómo todo va envejeciendo. Espero mientras noto cómo me quemo por dentro y sólo se queda el desaliento debido a que los ánimos salieron en suspiros cenizos. Espero y sueño.
Miro mis manos bañadas de negro y no sé si es el carboncillo de escribir desgastado o el hollín que he ido exhalando, pero en mi cabeza sé que la melodía que sonaba desde el pasado está llegando a su final y dejará a la lluvia sonar sin compañía. Será otro silencio que se sumará a la pila. Así que me levanto y miro a mi alrededor: todo sigue igual, intacto, como un decorado hecho a mano por algún artesano (aunque éste lo haya abandonado inacabado), y pienso en los árboles y en cómo se deshojan y en cómo lloran caducos como…
Silencio.
Y ahora tiemblo de ausencia y me resigno en una sonrisa hueca por haber soltado letras que forman palabras demasiado sinceras. Tiemblo, y no es por el frío que se provoca a sí mismo, es por aquel que si pronuncias, desaparece, engendrado por lo ausente a pesar de que, paradójicamente, sí se encuentre presente en mi mente. Tiemblo, fantaseo y quiebro instantes. Irrealidades congeladas en bolitas de nieve.

sábado, 10 de enero de 2015

Abismo

Cierras los ojos, recorriendo las callejuelas que en tu interior albergas, escuchando cómo los adoquines resuenan bajo las pisadas de tus botas viejas, cada vez más rápidas, cada vez más pesadas, como si buscasen, como si persiguieran, como si fueran éstas las que están siendo acorraladas. Pero no hay nada más que una baja niebla, una fantasmagórica tiniebla que difumina todo lo que se encuentra más allá de dos palmos y deforma los gigantescos edificios de piedra que se funden en la negra bóveda, tornada noche sin estrellas.
Tus pupilas recorren raudas cada pasillo, cada callejón, y una risa resuena a lo lejos a pesar de parecer provenir de tu interior. Como un eco incesante que retumba entre los muros para clavarse en tus oídos, los cuales sangran una tinta oscura y pegajosa que delinean las grietas de tus huellas, impregnadas en las frías farolas polvorientas. ¿Será tu cordura machacada y licuada?, piensas, pero tu respiración aumenta y sabes que debes correr; no puede atraparte aquella risotada que te hace enloquecer.
Los charcos, medio congelados, se rompen bajo tu peso, como finos vidrios, como espejos maldecidos que reflejan tu figura en mil trayectos y posturas, según caen de nuevo al suelo y son salpicados por su esencia translúcida y líquida, que recorre su superficie como las cálidas lágrimas lo hacen en tus mejillas. Las risas se detuvieron hace tiempo, pero desconfías de aquel paraje que, por mucho que avances, gires o camines, permanece inmutable. Pues incluso tus dedos impresos siguen en los mismos puntos, iluminados bajo las blanquecinas luces parpadeantes de aquellos faroles mugrientos.
Y sólo ves una solución.
Tus párpados son separados por tus propios dedos. La confusión del momento te aturde de nuevo. Y exhalas grandes bocanadas de aire para recobrar el aliento. Pero todo está oscuro, sombrío, apagado, como si te encontrases detenido en la caída de un abismo. Como si esto fuera el delirio y lo anterior la realidad, aunque ambos lugares se vean cargados por la falsedad, una quimera de apariencia tan verdadera como el mordisco que te acabas de proporcionar en tu palma sangrienta.
Aprietas el puño, la sangre gotea. Te levantas del camastro, éste desaparece y la pesadilla te rodea. ¿Qué es real?, te preguntas, ¿qué es ficción?, gritas en tu mente. Y notas cómo tu pecho se oprime. Tu corazón, bombeante y latente, que ignorabas por completo que siguiera ahí presente, empieza a doler, retorciéndose como un nudo en las manos de un marinero. Y entonces comprendes.
Los demonios y monstruos que no son otra cosa que tus pensamientos macabros encerrados en un tarro rojo, escupen su bilis mientras lo arañan para intentar escapar, para intentar perforar tu torso mientras éste se desangra y despedaza. Y los cuervos que graznan y picotean desde el interior de tu cabeza, no quieren otra cosa que abrir una brecha por la cual salir chillando en una nube de plumas negras. Las heridas internas no sanan y sólo derraman más sangre y lágrimas, gritos ahogados en sogas falsas de las cuales penden cadáveres vivientes, todavía calientes a pesar de estar rellenos de un vacío congelante. Y las rodillas ceden ante la inmensa oscuridad, postrándose ante ella, desesperadas, aunque sea ésta la que las acune y envuelva como si fuera un manto envejecido por el tiempo, a pesar de no tener ningún desmejoramiento ni ninguna intención de atenuar tu sufrimiento, haciendo inútiles todos tus intentos de enfrentamiento.
Y abres un ojo y cierras el otro; uno lleno de oscuridad y el otro de calles lóbregas, ambos ciegos y ambos videntes, pero ninguno de ellos cuerdo lo suficiente.