martes, 22 de agosto de 2023

Pasará el tiempo, pasarán las noches

 La noche está azul en esta ventana. Los ojos, cansados, observan su cielo de oscuras estrellas. La distancia que separa esas miradas del abismo es fría en las palabras. La lengua, seca, muere por hablar.

He hecho daño. Me han hecho daño. Se ha producido un combate verbal y emocional en el que no había posibilidad de victoria para nadie, solo pesar. Debí ver mis actos como los de alguien que necesita consejo, y actuar acorde a ello; preferí saber y continuar lo que no debía avivar. Entiendo, ahora, tarde, de madrugada, cómo corren las lágrimas que no fueron lloradas. Siento, de corazón, las uñas crueles que zarpan por los ojos y bajo la piel hacia el motor que una vez bombeó alegría en lugar de dolor. Baños de arrepentimiento en fuentes sin perdón.

Pasará el tiempo, pasarán las noches; el sol se alzará tantas veces como caiga la luna... y eso no impedirá la culpa y el malestar de haber herido con esa mano que pretendía amar.

lunes, 1 de febrero de 2021

Una caricia espacial

Una caricia espacial recorre nuestros oídos con la melodía de las estrellas brillando en unos ojos de cristal que se cierran para deslizarse por las cálidas mejillas, enrojecidas frente al inmenso paso del tiempo emocional que inunda un pecho saturado de sensaciones e imágenes, recuerdos de una vida imaginada y realizada entremezclados en el pasado convertido en presente a través de las palabras que, solas pero acompañadas, surgen de los labios que fueron besados por quienes ya no están, pero viven en la memoria de quien posa los dedos sobre el tierno césped y alza la vista al cielo nocturno para suspirar, fundiéndose con la calmada oscuridad que acoge su cuerpo, con cariño, en el delicado ocaso –de aquel porvenir que aún está por llegar.




domingo, 12 de mayo de 2019

El atardecer me recuerda a ella

El atardecer me recuerda a ella. El sol poniéndose tras la tierra y las nubes, brillando aún en el cielo azulado, según ella espera, a mi encuentro, frente al museo. La noto cerca y lejana, fuera de mi alcance si intento rozarla, y aun así dispuesta a yacer en mi cama. ¿Cómo, si es que lo hay, y cuándo podré entrelazar mis dedos con los suyos fuera del lecho? ¿En qué momento nuestras miradas se fundirán en un cálido beso? Añoro su fragancia impregnando mi deseo, como su tierno cuerpo abrazado a mi pecho, pero por mucho que anhele no puedo hallarla más allá de en mis recuerdos, cual dulce memoria estancada en unos labios entreabiertos.

jueves, 21 de febrero de 2019

Madrugada 21

Es de noche. Madrugada 21. No ha sido un mal día. Tampoco uno bueno. Simplemente ha sido.
La noche llega y los ojos de las personas se cierran, acurrucados al calor ajeno y confortable, a la piel cálida que los abraza en medio de la oscuridad. Otra noche como otra, y nada más. Manos juntas, suspiros y ronquidos, pausa y tranquilidad. Quizá alguna ventana abierta, con la luz encendida, a saber por qué, frente a los ojos turbios de quien fuma, en el balcón, sin poder dormir. Otra noche como otra.
La calle descansa, la luna se recuesta entre las nubes y las estrellas observan, somnolientas, cómo nada sucede, cómo la vida duerme. Es de noche y nadie, nadie más allá de los insomnes, que confunden el tiempo y creen estar en un día sin sol, lo perciben. Porque, ¿quién iba a notarlo, si no es importante, si nada ocurre? Es otra noche, otra como otra, y nada más.



sábado, 15 de diciembre de 2018

Noche de lluvia – “The bus has a rainy eye”

La lluvia devora la noche a través de cristales empapados de niebla, como si no importasen las pupilas que en ellos se buscan reflejar. La oscuridad gotea entre el cielo y el vidrio, formando caminos de luces lejanas que pasan rápidas, cual chispas de vida en suspiros incomprensibles. Y las manos, frías, buscan calentarse entre ellas a través de unos dedos helados.
Ya no queda mirada alguna más allá de la del cristal roto en transparencia, fragmentado en raíces que lagrimean frente a una ciudad ennegrecida de neón, frente a unos rostros iluminados bajo sombras; el ojo observa el interior tal como éste intenta contemplar lo de afuera, aquello tornado reflejo turbio que se encuentra tras él, aquello que el ojo muestra y oculta sin saber. Los claroscuros juegan entre repiqueteos y la penumbra crece según los párpados artificiales ceden ante el brillo de lo espontáneo, ante los colores fugazmente ficticios, desmoronando en ríos la forma de la vista. Como si no importase. Como si no importase nada en absoluto.
Lo borroso se torna realidad y la realidad se emborrona; difuminación de formas, de siluetas; se diluye aquello que la pupila transmite y la lluvia devora la noche, haciéndola crecer. La luz que en su momento pudiera significar algo ya no es; solos, puntos, color, tinte sin valor, mera apariencia destinada a perecer entre el olvido y la tiniebla, el cristal revienta en su propia existencia al perder su condición, al convertirse en algo nuevo que no le es propio, y la apariencia se deforma entre delirios, entre quimeras, imaginaciones que buscan siempre referencias, incapaces de admitir la azarosa casualidad, incapaces de convivir en medio de una lluvia a punto de estallar, como si no lo hubiera hecho ya. La luz se extingue y nada cambia. Solo, a solas, una mirada vidriosamente apagada.




miércoles, 14 de marzo de 2018

Miradas perdidas

Te observo esta noche donde tus pupilas no se cruzan con las mías y pienso “Efialtes...” en voz baja, queriendo que tus ojos se fijen en los míos en mitad de una oscuridad estática, en medio de un pedazo de tiempo congelado en papel, como si ese imposible fuera realizable a través del susurro de una palabra.

La noche se ha posado sobre tu cuerpo en forma de sábanas y acaricia tu piel mientras las manos, invisibles, aprietan sus dedos anhelantes. Tus yemas reposan sobre la nada y las mías sobre el recuerdo; si al menos pudieran cruzarse durante un breve momento... quizá de esa forma las pupilas chocarían entre ellas y los labios quedarían entreabiertos, sin necesidad de hablar, mientras las miradas contemplan lo ajeno y el murmuro precede al suave e intangible beso.

martes, 12 de diciembre de 2017

Noche

Una caricia en mitad de la oscuridad, repasando una espalda desnuda como una silueta fantasmagórica en mitad de la ilusión imaginaria que cubre unos ojos cansados, ocultos tras los párpados. La mano rozando el contorno de aquello soñado, tanteando con los dedos, susurrando con las yemas, en medio de una piel ajena, que respira, lenta, en un anochecer que -ojalá- no parece cesar jamás. Los labios medio secos, medio húmedos, buscando una lengua que logre aclarar su confusión, agrietada por frías brisas y carencias, y un estremecimiento que contrae el cuerpo en un escalofrío desgarrador. La noche hace presencia con su repentino despertar.
La mano, ajena, aferrada a unos dedos, ajenos también, sin distinguirse entre el absoluto de la negrura que engloba y cubre las miradas de las pupilas, como si no hubiera nunca, jamás, o inicio siquiera. Donde las sábanas, como único refugio, fundido de oscuro, manto de negror, ocultan el cuerpo como si no estuviera ya unido a ello, fundido también, junto al sonido inquietante del silencio que deja a solas la mente.
Un respirar lento, unos parpadeos imperceptibles que no cambian la realidad y unos ojos que contemplan sin mirar. La noche observa a quien intenta observar y la compañía innata, presente, ausente, carente, de quien está sin estar, parece ser el único sitio al que aferrarse en mitad de esta oscuridad. Deseando regresar al sueño lo antes posible, donde, al menos, aunque quizá tampoco nada se distinguiera, uno no tendría conciencia de esta tiniebla.