El cristal se despedaza bajo mis pies y el suelo, invisiblemente
fragmentado, se agrieta y extiende por una superficie infinita pronta a estallar
y a permitir una caída colosal. Los sueños, las pequeñas fuerzas esperanzadoras
que sostenían aquel parqué invisible, cedieron y suspiraron “¿Para qué?”
mientras su techo temblaba, aterrado, atentando en caer sobre sus indefensos
cráneos, para partirlos, sin ruido ni grito alguno. Sin más suspiro que el mudo
sonido de mi garganta antes de cortarse, inevitablemente, con algún trozo de
cristal y caer al abismo inerte de profundidad.
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