sábado, 27 de junio de 2015

IX

Las nubes parecen algodón lleno de polvo a mis pies, la noche brilla estrellada sobre mi cabeza y el viento acaricia mi cara. ¿Dónde me encuentro yendo a estas horas directo a la nada? Lo último que recuerdo es que intentaba refugiarme en mis letras, en mi cabeza, pero ante la imposibilidad de lograrlo destrocé el muro de mi claustrofóbica estancia y salí de allí volando, desgarrando las alas plegadas bajo la piel de mi espalda.
La sangre ya no chorrea a pesar del rastro que dejé de buen inicio. Una lluvia roja para los vecinos que gritarán horrorizados nada más verlo tras el primer sujeto matutino. Lástima que no vaya a poder disfrutar de esa escena, me dirijo a la nada con mis grandes alas desgastadas y mis penas.
El suelo ya no existe. Las nubes parecen difuminarse. Y el cielo siempre está tan lejano como esas inalcanzables estrellas. Por mucho que alce el vuelo, la distancia no se acorta y sólo logra alejarme de todo aquello que me rodea. Me convierto en un punto borroso que acabará siendo borrado en un soplido, si es que no se ahoga antes al quedarse sin oxígeno para caer cual Ícaro. Pero el cansancio en mis ojos me impide preocuparme por nada que no sea volar hasta donde el color pierde sentido, hasta donde el negro es blanco y el blanco es olvido y las palabras sólo son un alboroto confuso de sinsentidos vacíos.
Me pregunto qué pasará por mi cabeza entonces. Y cómo será todo y toda realidad. Si veré alguna cosa curiosa o sólo pasarán ideas torpes que pretenden parecer contrarias y valiosas. Me pregunto si mis alas desaparecerán o me las arrancarán como si tirasen de mis brazos para amputarlos de cuajo. Si quedará hueso o sólo dos huecos surtidores de sangre. Si mi cuerpo estallará o permanecerá intacto y sin tacto, invisible al ojo e inodoro al olfato. Aunque quizá sólo se convierte en un maldito garabato hecho por una mano rabiosa que araña, que desgarra, que cercena una hoja con un lápiz roto.
O quizá simplemente no llego allí. El Sol está a punto de salir y mis ojos sólo quieren dormir, rendirse al cansancio y precipitarse hacia algún peñasco para despedazar la carne de su cuerpo como un estropajo y dejar un sucio borrón que nadie verá y que el tiempo se encargará de borrar. Que la lluvia arrastre ese cuerpo mutilado y desmembrado en un olvido olvidado de mareas negras hundidas en miseria y así se pierda. Donde nadie lo recuerda, donde nadie lo menciona. Donde nadie nunca nada. Y así la lluvia ayuda al tiempo limpiándole las manos con su negra agua sucia.
Pero las alas siguen batiéndose destrozándose como la mente, como los brazos de aquel hombre que sueña con alzarse, como la cabeza del ave que choca y colisiona contra un ventilador gigante. Siguen batiéndose arrancándose sus pedazos ardientes, dirigiéndose eternamente a esa nada tan ansiada donde ya no serán relevantes ni utilizadas. Donde la inexistencia por fin será alcanzada.

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