Y si el
tiempo pudiera detenerse ahora, en esta oscura noche de negro cielo, mis dedos
recorrerían eternamente esa espalda de tenue brillo, con ligeras caricias que
simularían susurros al oído. Murmullos que recordaría tu mente cuando el reloj
retomase su labor, haciendo desaparecer mi presencia de tu habitación y
quedando únicamente en ese difuso y apenas perceptible recuerdo. Como el
escalofrío que erizó el vello de tu cuerpo.
Y si el
tiempo se hubiera detenido, quizá ahora acariciarías inconscientemente una de
tus mejillas, arrugada por una leve y desconocida sonrisa. Repasando con tus
yemas el mismo lugar donde mis labios se posaron antes de marchar,
despidiéndose prometiendo volver siempre que el tiempo volviera a suspenderse.
Pero el
tiempo no se detiene. Y me mantiene a raya, observante. Entreabriéndome una
puerta en la oscuridad para permitir que vea tu fina luz grisácea, creciendo y
disminuyendo como el fuego de una vela, pero yendo acorde a una respiración
suave y serena. Rodeada de disimuladas chispas que mueren y resurgen como
suspiros, perdidos en ese lejano y extraño vacío pensativo. Incitando a
detenerse y contemplar a escondidas, admirando aquel sutil fulgor que tu delicada
esencia exterioriza.