Caminas lentamente por la oscuridad, sin saber qué te aguardará ésta. Tus pasos son
firmes pero inseguros, quieres descubrir qué esconde pero al mismo tiempo te
aterra. Y solamente vas armado con una antorcha que ilumina sin fuego.
Repasas
cada pasillo, cada rincón, teniendo la sensación de que das vueltas en círculo
sin llegar a ningún lado. Sin descubrir nada. Y la frustración, el desasosiego
y la inquietud aumentan. Notando así cómo las tinieblas se ciernen poco a poco
sobre ti, acariciando tu hombro y posándose sobre él para aferrarse en una
caricia apenas percibida. Pero que ha clavado sus garras en tu carne, haciendo
que vayas dejando un rastro de sangre. El cual, pausadamente, se bebe.
Tus
fuerzas menguan según avanzas. El cansancio se incrementa y tu cuerpo y mente
flaquean. Viendo sombras donde no hay nada más que negrura. Contemplando
siluetas en esa tenebrosa nebulosidad. Formas irreales que imagina tu pensamiento,
creadas a partir de tu demacrado intelecto. Quien lucha consigo mismo para no
cejar.
Y la
lobreguez se intensifica según liba tus gotas rojizas. Envolviendo tu endeble
ser según observa su fragilidad con una invisible sonrisa, atestada de agudos
dientes. Esperando el momento adecuado para hincar sus negros colmillos y
devorarte. Fundiéndote con ella y haciéndote desaparecer, para siempre.
Simple. Así lo definiría.
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