Como un
juego de luces y sombras que se entremezclan, mostrando dos cuerpos que se
funden en caricias y besos proyectados en un tapiz tenuemente iluminado. Delicado,
como aquella mano que trepa humilde por el tierno estómago que acaricia
con su palma, alcanzado ese pecho que encaja poco a poco entre sus dedos según
unos labios recorren la erizada piel de unos muslos temblorosamente desnudos.
Suspiros
tenues de placer que se pierden continuamente entre ellos, uno tras otro,
convirtiéndose en vagos pero preciosos recuerdos sonoros. Preciosos como aquel
bello rostro de ojos luminosamente entrecerrados que, pudorosos, observan aquel
que la sulfura con ternuras. Notando su cuerpo subir de temperatura y viendo
cómo, sus dedos, instintivos, van a su cabello y hombros, apretándolo contra su
intimidad para dejar de suspirar y empezar a jadear.
Ligeras
gotas rojizas asoman de su labio mordido por la vergüenza, ansiosa por engullir
los cohibidos gemidos que tiene retenidos en su interior pese a haberse fugado alguno al pronunciar, involuntaria, su nombre cuando notaba una
húmeda calidez frotarla suave. Produciéndole ligeros escalofríos de
placentera embriaguez.
Su rubor
crece, sonrojándose, cuando sus miradas son cruzadas otra vez, clavándose y
perdiéndose mutuamente en sus pupilas brillantes. Cuyo encuentro se interrumpe
al apartarse. A pesar de que los dos, de reojo, siguen mirándose.
Y la
pasión puede. Y gana el placer. Él trepa con su boca hasta sus pechos y luego
hacia sus labios, fundiéndose ambos mientras los dedos perfilan los cuerpos,
repasando ambas siluetas en la oscuridad. Delimitando sus formas y dando pie a
imaginar, a fantasear, a desear. Según los dientes, firmes pero vacilantes, buscan
tímidos morder la bulliciosa carne. Desahogando ese exaltado y raudo gimoteo,
convertido en resoplido y apetito. Expresando así, con ese sonido, el deleite
que la fruición ha conseguido.
Me gusta bastante, pero te animo a pensar si abusas de la onomástica.
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