Su mundo
era lluvia. Y a veces, en ésta, se perdían mis lágrimas.
Quedaron
muy atrás las noches en vela donde observaba bajo la terraza, las madrugadas
donde las nubes se vislumbraban al inicio del alba antes de retirarnos a la
cama. Quedaron muy atrás, perdidas entre esas aguas encharcadas en las que, de
tanto en tanto, todavía me tiro para recordarlo. Quedaron atrás, demasiado
atrás.
Su mundo
era lluvia, sí, y cómo diluviaba. Caían centenares, millares de gotas a todas
horas. Y qué precioso era todo. Como su rostro, empapado, que a veces se
frotaba contra el mío para invitarme a visitarlo. O sus manos, suaves, que con
la delicadeza que su agua le otorgaba acariciaban las mías para cogerlas y
acercarme a ella y, así, poder acariciarla yo también; aunque sólo ocurriese
cuando cerrásemos los ojos y entreabriésemos nuestros labios, llenos de
suspiros.
Pero qué
necio fui. Necio o poco precavido. Pues no predije que, de tanta agua, acabaría
ahogado en aquel diluvio. No lo supe ver y dejé que me empapase de su
melancolía, de su dichosa desdicha y de aquella tristeza tan bonita convertida
en poesía. Permití que me guiase con su voz, cargada de emoción, que leía letras
de otros sitios y tiempos, hacia las puertas de lo que parecía ser el núcleo de
su sentimiento. Y yo entré, sin y a la vez con miedo, sabiendo y sin saber lo
que podría y conllevaría eso. Entré, y no me arrepiento.
Su mundo
era lluvia. Y, por suerte o por desgracia, me encantaba mojarme en ella, disfrutar
de aquel rincón único que guardaba en su interior y refugiarme hasta que me calase
en los huesos. Y bien que caló, sí, bien que caló; tanto que todavía no se me
quita el frío y yo tampoco lo permito. Me abrigo en mis brazos en ausencia de
los suyos y recuerdo esos momentos juntos, esa soledad compartida en la
oscuridad de una habitación donde el único brillo era el de una luna que se
escondía entre nubarrones, amenazantes pero encargados de hacer ese mundo
posible. Recuerdo esos ojos felinos llenos de astucia y esas palabras justas
que guardábamos en nuestras cabezas. Recuerdo, recuerdo y recuerdo, y miro al
frente, viendo sin ver, pues mi mirada se encuentra perdida entre miles de
gotas que, en mi triste memoria, no dejan de caer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario