Una caricia espacial recorre nuestros oídos con la melodía de las estrellas brillando en unos ojos de cristal que se cierran para deslizarse por las cálidas mejillas, enrojecidas frente al inmenso paso del tiempo emocional que inunda un pecho saturado de sensaciones e imágenes, recuerdos de una vida imaginada y realizada entremezclados en el pasado convertido en presente a través de las palabras que, solas pero acompañadas, surgen de los labios que fueron besados por quienes ya no están, pero viven en la memoria de quien posa los dedos sobre el tierno césped y alza la vista al cielo nocturno para suspirar, fundiéndose con la calmada oscuridad que acoge su cuerpo, con cariño, en el delicado ocaso –de aquel porvenir que aún está por llegar.
Los mundos de Christian Bassas
¿Te atreves a adentrarte?
lunes, 1 de febrero de 2021
domingo, 12 de mayo de 2019
El atardecer me recuerda a ella
El atardecer me recuerda a ella. El sol poniéndose tras la tierra y las nubes, brillando aún en el cielo azulado, según ella espera, a mi encuentro, frente al museo. La noto cerca y lejana, fuera de mi alcance si intento rozarla, y aun así dispuesta a yacer en mi cama. ¿Cómo, si es que lo hay, y cuándo podré entrelazar mis dedos con los suyos fuera del lecho? ¿En qué momento nuestras miradas se fundirán en un cálido beso? Añoro su fragancia impregnando mi deseo, como su tierno cuerpo abrazado a mi pecho, pero por mucho que anhele no puedo hallarla más allá de en mis recuerdos, cual dulce memoria estancada en unos labios entreabiertos.
jueves, 21 de febrero de 2019
Madrugada 21
Es de noche. Madrugada 21. No ha sido un mal día. Tampoco
uno bueno. Simplemente ha sido.
La noche llega y los ojos de las personas se cierran,
acurrucados al calor ajeno y confortable, a la piel cálida que los abraza en
medio de la oscuridad. Otra noche como otra, y nada más. Manos juntas, suspiros
y ronquidos, pausa y tranquilidad. Quizá alguna ventana abierta, con la luz encendida,
a saber por qué, frente a los ojos turbios de quien fuma, en el balcón, sin
poder dormir. Otra noche como otra.
La calle descansa, la luna se recuesta entre las nubes y las
estrellas observan, somnolientas, cómo nada sucede, cómo la vida duerme. Es de
noche y nadie, nadie más allá de los insomnes, que confunden el tiempo y creen
estar en un día sin sol, lo perciben. Porque, ¿quién iba a notarlo, si no es
importante, si nada ocurre? Es otra noche, otra como otra, y nada más.
sábado, 15 de diciembre de 2018
Noche de lluvia – “The bus has a rainy eye”
La lluvia devora la noche a través de cristales empapados de
niebla, como si no importasen las pupilas que en ellos se buscan reflejar. La
oscuridad gotea entre el cielo y el vidrio, formando caminos de luces lejanas
que pasan rápidas, cual chispas de vida en suspiros incomprensibles. Y las manos,
frías, buscan calentarse entre ellas a través de unos dedos helados.
Ya no queda mirada alguna más allá de la del cristal roto en
transparencia, fragmentado en raíces que lagrimean frente a una ciudad ennegrecida
de neón, frente a unos rostros iluminados bajo sombras; el ojo observa el
interior tal como éste intenta contemplar lo de afuera, aquello tornado reflejo
turbio que se encuentra tras él, aquello que el ojo muestra y oculta sin saber.
Los claroscuros juegan entre repiqueteos y la penumbra crece según los párpados
artificiales ceden ante el brillo de lo espontáneo, ante los colores fugazmente
ficticios, desmoronando en ríos la forma de la vista. Como si no importase.
Como si no importase nada en absoluto.
Lo borroso se torna realidad y la realidad se
emborrona; difuminación de formas, de siluetas; se diluye aquello que la pupila
transmite y la lluvia devora la noche, haciéndola crecer. La luz que en su
momento pudiera significar algo ya no es; solos, puntos, color, tinte sin
valor, mera apariencia destinada a perecer entre el olvido y la tiniebla, el
cristal revienta en su propia existencia al perder su condición, al convertirse
en algo nuevo que no le es propio, y la apariencia se deforma entre delirios,
entre quimeras, imaginaciones que buscan siempre referencias, incapaces de
admitir la azarosa casualidad, incapaces de convivir en medio de una lluvia a punto
de estallar, como si no lo hubiera hecho ya. La luz se extingue y nada cambia.
Solo, a solas, una mirada vidriosamente apagada.
miércoles, 14 de marzo de 2018
Miradas perdidas
Te observo esta noche donde tus pupilas no se cruzan con las mías y pienso “Efialtes...” en voz baja,
queriendo que tus ojos se fijen en los míos en mitad de una oscuridad estática,
en medio de un pedazo de tiempo congelado en papel, como si ese imposible fuera
realizable a través del susurro de una palabra.
La noche se ha posado sobre
tu cuerpo en forma de sábanas y acaricia tu piel mientras las manos,
invisibles, aprietan sus dedos anhelantes. Tus yemas reposan sobre la nada y
las mías sobre el recuerdo; si al menos pudieran cruzarse durante un breve
momento... quizá de esa forma las pupilas chocarían entre ellas y los labios
quedarían entreabiertos, sin necesidad de hablar, mientras las miradas
contemplan lo ajeno y el murmuro precede al suave e intangible beso.
martes, 12 de diciembre de 2017
Noche
Una
caricia en mitad de la oscuridad, repasando una espalda desnuda como una
silueta fantasmagórica en mitad de la ilusión imaginaria que cubre unos ojos
cansados, ocultos tras los párpados. La mano rozando el contorno de aquello
soñado, tanteando con los dedos, susurrando con las yemas, en medio de una piel
ajena, que respira, lenta, en un anochecer que -ojalá- no parece cesar jamás.
Los labios medio secos, medio húmedos, buscando una lengua que logre aclarar su
confusión, agrietada por frías brisas y carencias, y un estremecimiento que
contrae el cuerpo en un escalofrío desgarrador. La noche hace presencia con su
repentino despertar.
La
mano, ajena, aferrada a unos dedos, ajenos también, sin distinguirse entre el
absoluto de la negrura que engloba y cubre las miradas de las pupilas, como si
no hubiera nunca, jamás, o inicio siquiera. Donde las sábanas, como único
refugio, fundido de oscuro, manto de negror, ocultan el cuerpo como si no
estuviera ya unido a ello, fundido también, junto al sonido inquietante del
silencio que deja a solas la mente.
Un
respirar lento, unos parpadeos imperceptibles que no cambian la realidad y unos
ojos que contemplan sin mirar. La noche observa a quien intenta observar y la
compañía innata, presente, ausente, carente, de quien está sin estar, parece
ser el único sitio al que aferrarse en mitad de esta oscuridad. Deseando
regresar al sueño lo antes posible, donde, al menos, aunque quizá tampoco nada
se distinguiera, uno no tendría conciencia de esta tiniebla.
sábado, 16 de septiembre de 2017
En medio de la oscuridad
La
luna ha colisionado ante nuestros ojos y se ha difuminado en miles de
partículas incapaces de ser realmente retenidas en nuestra memoria; el sol se
ha apagado en un brillo de ojos muertos que resplandecen en la oscuridad ebria
de noche. Si al menos, tan siquiera, estas manos temblorosas pudieran
sostenerse en pie sin precipitar al vacío el primer vaso que se cruzara con
ellas, quizá, al menos, las palabras saldrían de sus yemas rotas a mordiscos
nerviosos.
Pero
aquí no hay nada más que zozobra en una certera incertidumbre acerca de un
porvenir sin por llegar. La lucha de las masas que conforman este pensamiento
sin sentido ni consistencia se encarniza con el rojo de los ojos y las mejillas
cansadas de llorar. Si al menos el vaso se sostuviera y se pudiera dejar quiero
en la mesa mientras los dedos intentan dibujar, sin éxito, unas letras, la
noche no parecería tan nocturna, pero las farolas están ahí, fijas, acusando en
naranja, como si no hubiera resguardo posible en el alba.
Y
el desvarío se generaliza en un malestar previo a su existencia, en una
búsqueda de explicaciones que no llegan jamás.
Si
al menos algo pudiera ser real, si al menos el veneno que cruza esta sangre no
derramada sin parar fuera de calibre mortal, cual bala que atraviesa, sin
sonido aparente, la calavera de quien yacía antes del disparo, puede que todo
hubiera terminado ya. Pero aquí no hay más que tristes papeles en miedo de la
oscuridad…
(Calma; en teoría la lectura debería durar hasta el minuto 1:15)
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