Arrancarme
la piel a tiras, sin ningún tipo de morfina, notando la salobre impotencia
deslizarse por las heridas abiertas del deseo y el anhelo de tenerla cerca. De
rodear su cuerpo con mis brazos, de fundir mi boca con la suya en un roce de
labios producido por la cercanía de un abrazo que ansía el yacer a su lado. De
un abrazo que espera, vacío y falto.
Enlazar
los latidos de una respiración de suspiros, sosegada y calmada que marca
“Tranquila, estoy contigo. Y sí, estoy aquí… para ti.”, pretendiente de su
desahogo, de su llanto silencioso, del riego de sus lacrimosos ojos ansiosos
por cerrar sus párpados una vez seguros.
Una vez protegidos. Exponiéndome para detener los adversos flagelos del destino,
resguardándola despellejando mi cuerpo mientras sonrío. Susurrándole esas
palabras al oído, suave y decidido.
Esperando
que la sombría tormenta amaine y ceda, que las tinieblas nocturnas, desnudadas
por el destello crepuscular, no nos aterren; y que la demencia emocional cese,
aclarándose como las gotas saladas que llueven.
Voluntarioso
sacrificio, afanoso de la obtención de su júbilo; de la felicidad de esa fogosa
musa de llamas tristes, a la cual me acerco para usar mi cuerpo como su
combustible, aspirando arder consumido por su ser si con ello consiguiera
alegrarla. Aunque fuese brevemente, como sus sonrisas arrancadas. Esas ligeras
curvas en sus comisuras, dueñas de su rubor y sus dulzuras. Mínimas en estos tiempos
aciagos, y por ello deseoso de originarlas sin siquiera pensarlo.
Entregando
hasta el alma al Diablo, con tal de poder ver sus ojos centelleando y sus
labios tímidamente rasgados, en esa risa que siempre me tiene encantado.
Carbonizándome internamente, por el mero y sólido hecho de quererte, por el
laborioso afán de lograr que esa pequeña y radiante chispa de esperanza nazca en
el interior de su fuego; por mucho que mi cuerpo quede calcinado luego. Alcanzando
al fin ese abrazo oxidado, sediento de la esencia de su presencia, dejando de
estar falto y necesitado. Habiéndose con ella fundido, fusionado. Y yendo así, más
allá de todos aquellos vocablos que pueda haber usado éste zorro obstinado. En el
constante intento de obtener su exclusivo contacto, de su único y cariñoso rozamiento.
De esa suave y cálida fricción, cuerpo con cuerpo.