Como una
marea en calma tras la tormenta. Embarcaciones de sensaciones saliendo a flote,
indolentes. Náufragos de una desolación emocional que los ha hecho zozobrar,
precipitándolos al oscuro fondo de esa mar. Perdiéndose para siempre,
ahogándose.
Sobreviven
los más fuertes, los más resistentes. Pese a que todo sea escogido por un caprichoso
azar. Quien, guerreando contra la fuerza de voluntad, decide a cuáles no salvar.
Pues incluso los más arraigados en el interior de su ser, acabaron
arriesgándose a desaparecer.
Una
bruma de confusión y desorientación. Mezcla de salmuera y atmósfera sin haber
ningún punto de unión. Nadando con esfuerzo en ese gélido líquido que conforma
el firmamento. Fundado por pequeñas luces de esperanza que brillan a lo lejos.
Ajenas de todos esos sentimientos revueltos, tercos y descontentos que se
aferran, fatigados, a ese lejano sueño. Imaginando llegar pronto a buen puerto,
donde estén seguros y cobijados para despedir a sus viejos compañeros
extraviados, a sus antiguos camaradas que ahora surcan los mares de los pasados
muertos, formando únicamente parte del recuerdo. Y, pese a lo ocurrido, anhelando
reanudar la travesía. Zarpando con una nueva compañía. Volviendo así hacia esa
peligrosa mar desconocida, cargada de riquezas vivas que aguardan ser
descubiertas… algún día.
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