¡Buenos tardes, queridos lectores! ¿Cómo están yendo las clases? ¿Todo bien por ahora? Eso espero. ¿Y qué os pareció el relato leído de la anterior entrada? Ojalá os gustase, pues estoy pensando en interpretar un poco algunas cosas en ese canal (cosa que ya veré cómo sale). Pero bueno, hoy os traigo un relato que diría que es el primero que escribo de tal manera que se puede interpretar tanto de manera heterosexual como homosexual. Pero no, no es erótico, ya veréis de qué trata. Espero que os guste y disfrutéis con la lectura.
Una
caricia en su mejilla, rescatando la lágrima que se precipitaba en el vacío y
expandiéndola por toda ella.
Un suave
beso en sus labios, los mismos que había humedecido en miles de ocasiones antes
por pasión, amor y deseo.
Unas
suaves palabras en su oído que le prometían seguridad, que le prometían volver
a reencontrarse.
Un “te
quiero” tan fugaz como el centelleo del fuego al ser llevado por el viento.
Recordó
cuando los dos se fundieron en uno, abrazados.
Recordó
cuando él besó todo su cuerpo, diciéndole bellas palabras mientras inundaba de
mimos cada rincón de su piel y luego notaba la calidez de su boca en ella.
Recordó
cuando se deslizaba hacia abajo, para hacer que disfrutase una oleada de
sensaciones inolvidables que jamás hubiera imaginado.
Recordó
como capturó, entre sus labios, cada uno de sus puntos débiles provocándole los
jadeos necesarios hasta soltar un placentero suspiro al notar su unión.
Haciendo que fuera suyo.
Miró al
oscuro cielo, quien acompañaba su sentimiento de impotencia y sufrimiento.
Miró las
gotas caer poco a poco, enmudeciendo a su llanto de ese fatídico día, que tuvo que vestir elegantes prendas oscuras.
Miró la
caja de roble y, pese haberse prometido el mantenerse firme y aguantar, no pudo
evitar abalanzarse sobre ella y abrazarla, hasta que una mano en su hombro le
dijo que debía soltarla.
Miró a
la oscuridad de su mente, cerrando los ojos, por no poder afrontar el dolor de
esas últimas imágenes.
Sintió
el viento en su viejo rostro, repasando una a una sus marcas de la edad.
Sintió
su mano invisible aferrada a la suya, para que lo acompañara.
Sintió
la comisura de sus labios, serios durante ya demasiado tiempo, volviendo a
moverse ligeramente.
Sintió
como su corazón, vacío y roto, volvía a ser llenado con una calidez
inigualable.
Y vio su
cuerpo, dormido en una mecedora, mientras se volvía a sentir joven al lado de
su amante. Quien le había cuidado y esperado hasta su muerte, para volver a
reunirse y así cumplir su promesa.
Porque una promesa, por muy difícil que sea, siempre debe intentar cumplirse.
¿Qué os ha parecido? Espero que os haya gustado. Ya sabéis también que, aquí abajo, podéis comentar, valorar, compartir y opinar de diversas maneras. Sin olvidar que para cualquier cosa hay un apartado que facilita el contactar conmigo.
¡Un saludo y hasta la próxima!
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