¡Buenas noches queridos lectores! Creo que al final haré lo de ir subiendo relatos cada X tiempo sin avisar ni nada, que viene a ser casi lo que hago últimamente (eso sí, siempre habría mínimo algo nuevo para cada semana). Pero bueno, esta vez se trata del relato "siniestro" que prometí dedicar al seguidor nº 90 pero que, a pesar de que dijera que por el tema está bien, a dicho seguidor no le gustó demasiado, por lo que creo que es mejor obviar quién es (a no ser que me indique lo contrario, en ese caso editaré la entrada para nombrarlo).
Pues lo dicho, aquí os dejo con éste relato y espero que lo disfrutéis. Aunque aviso que, antes de leerlo, quizá no sea mucho de vuestro agrado. Así que ya he avisado.
¿Me
estás leyendo? Oh, cielo santo. Alguien me está leyendo. A mí. A un mero
narrador de unas palabras que quizá vas a querer olvidar. No, no vas a
quererlo, lo desearás. Así que antes de que empieces a leer este texto, que
haré tan breve como me sea permitido, piénsalo dos veces. No por mí, sino por
ti.
Porque
lo que hoy será desvelado, mañana podría ser clausurado…
Era
noche cerrada. Estaba en mi casa, observando por la ventana. Había tanta vida
ahí afuera, abajo, a unos metros de mi posición. Tanta vida, inconsciente de lo
que ocurría realmente. Tanta vida, prisionera de su ética y moral.
No, ahí
no había vida. Ahí sólo había muñecos.
Y los
muñecos están hechos para jugar, ¿no?
Me giré
y observé su rostro. Un rostro cansado que expresó una mueca de terror al ver
que volvía a tener mi atención.
Estaba
medio desnudo, atado en una silla de madera y amordazado.
Me
acerqué a él, sonriente, y acaricié su magullada barbilla mal afeitada, pues
tenía diversos cortes de navajazos en un intento fallido de recortar esa
horrible barba.
Miré a
sus ojos, temerosos y llenos de pánico. Suplicantes.
Yo negué
con la cabeza, sonriente, y le cogí del escroto con fuerza.
-Hoy
toca el plato fuerte –dije.
Él lo
captó a la primera y probó a rogar, inútilmente.
Yo cogí
las tenazas que había a su lado, en una mesita, y las bajé hacia allí. Cogí la
envoltura con ellas y empecé a tirar mientras escuchaba sus lamentos y ahogados
gritos. Deleitándome con ello hasta que la arranqué, observando como empezaba a
desangrarse.
“Ojalá”,
pensé mirando por la ventana. “Ojalá”. Y me giré, observando la silla de madera
manchada y vacía al lado de la mesita con una caja de herramientas.
“Ojalá
llegue ese día, el día donde los que vivimos podamos jugar con los muñecos.”
Bueno, ¿qué os ha parecido? Sé que es corto, pero creo que lo suficiente intenso además de dejar claro cierto mensaje. Aún así, ya sabéis que podéis opinar, comentar, valorar, compartir, etcétera aquí abajo.
¡Un saludo y hasta la próxima!
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