domingo, 26 de marzo de 2017

Sin título – XVIII

Generaba podredumbre allí donde tocaba, con sus yemas, infectas, convirtiendo toda caricia en martirio, en tortura, incluso para su piel, ponzoñosa, que gritaba con alaridos de ardor frente a sus dedos virulentos.
No fue de extrañar, pues, que si toda flor arrancada de su tierra nativa terminaba marchita entre sus palmas nocivas, antes de convertirse en grisácea ceniza, todo buen sentimiento que quisiera rozar acabase escupiendo bilis infesta y purulencia tóxica, corrompido por esa carroña viva indigna de todo lo que pudiera generarle, aunque fuera por unos breves instantes, cualquier tipo de dicha o cosa saludable.

viernes, 17 de marzo de 2017

Sin título

Quiero escribirte esta noche, tranquila, paciente, mientras los astros tiemblan, parpadeantes, en la oscuridad lejana. Quiero recorrer con mis dedos ficticios acabados en grafito tu blanca espalda, manchándola tenuemente de palabras dibujadas que signifiquen todo y al mismo tiempo nada.
Quiero poder besar, sin temer al porvenir, el alba que asoma entre la comisura de tus dedos, en el precipicio de la caricia y el deseo, mientras tus ojos se clavan, tiernamente, en mi cuerpo y la sombra que compone su forma en medio de esta nocturnidad de eterna apariencia.
Pues si eso ocurriera, bien sé que la calma vendría, sin necesidad de tormenta. Vendría, lo sé, por mucho que gritasen los cristales exteriores, azotados por gotas y vendavales. Lo sé.
Y sería una calma tan dichosa como el extravío en la pupila confundida con la silueta del párpado fundido con el resto de la habitación. Digna del merecido reposo que tanto anhela este mecanismo incansable que suelen llamar “corazón”.
Pues la pequeña explosión insonora, indolora, haría que pudiera descansar, al fin, en el pecho ajeno y su reconfortante calor. Mientras las palabras se funden, poco a poco, con el anochecer y su borroso sueño.


(En teoría no debería alargarse más del minuto 1:15
para tener leído el relato.)

viernes, 10 de marzo de 2017

Efialtes es una rosa en llamas (detenida en el tiempo)

Efialtes es una rosa en llamas detenida en el tiempo, ardiendo, sin cesar, en perenne destrucción, mientras la belleza, aún no ceniza, centellea junto al resplandor de la flama.
Belleza es aquello que no se acapara, que se escapa, que se filtra entre los dedos de la vista y el alma, rozando, con caricias, aquello que impregna, sin ser nunca apresada, ni siquiera en palabra.
Palabra es lo huidizo, rosa de instante, instante que roza, que busca una imagen exacta en la inexactitud de la contradictoria fantasía, ajena, mientras la fotografía mental de quien la graba se difumina… y estalla, en letras igualmente grabadas.


Caricia de alma, de alma acariciada, Efialtes no vive ni muere, pero tampoco ama, la inmortalidad la llama y la noche, oscuridad difamada, se posa en la tinta de quien la define pero no habla.


Efialtes es una rosa en llamas detenida en el tiempo, ardiendo, sin cesar, en perenne destrucción, mientras la belleza, aún no ceniza, centellea junto a su resplandor.
Es ojos, es manos, es caricia de ébano blanco, que susurra en silencio marmóreo y observa con los párpados cerrados.
Es sensación de sentimiento no encontrado, de vocablo perdido, extraviado, de mente difusa en paradojas mudas, que languidecen y contemplan el aire de un porvenir inminente por no llegar, mientras la yema de la caricia no encuentra qué acariciar y la entelequia provoca la añoranza.


Ilusión de ilusión, ilusión sin ilusionismo, delirio mimético que resbala en quimeras de largas zarpas, rotas, limitadas y limadas, Efialtes escribe, pero no habla, queda cautivada en un cielo de escarcha, en el frío de un témpano de ese tiempo que no avanza; paralizada, paralizada, en una estación abandonada.


Efialtes es una rosa en llamas que estalla, en pétalo y flama, y la dimensión exagerada la atrapa en una precipitada congelación fotográfica.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Estado anímico

El cristal se despedaza bajo mis pies y el suelo, invisiblemente fragmentado, se agrieta y extiende por una superficie infinita pronta a estallar y a permitir una caída colosal. Los sueños, las pequeñas fuerzas esperanzadoras que sostenían aquel parqué invisible, cedieron y suspiraron “¿Para qué?” mientras su techo temblaba, aterrado, atentando en caer sobre sus indefensos cráneos, para partirlos, sin ruido ni grito alguno. Sin más suspiro que el mudo sonido de mi garganta antes de cortarse, inevitablemente, con algún trozo de cristal y caer al abismo inerte de profundidad.