Efialtes es una rosa en llamas detenida en el tiempo, ardiendo, sin
cesar, en perenne destrucción, mientras la belleza, aún no ceniza, centellea
junto al resplandor de la flama.
Belleza es aquello que no se acapara, que se escapa, que se filtra
entre los dedos de la vista y el alma, rozando, con caricias, aquello que
impregna, sin ser nunca apresada, ni siquiera en palabra.
Palabra es lo huidizo, rosa de instante, instante que roza, que busca
una imagen exacta en la inexactitud de la contradictoria fantasía, ajena,
mientras la fotografía mental de quien la graba se difumina… y estalla, en
letras igualmente grabadas.
Caricia de alma, de alma acariciada, Efialtes no vive ni muere, pero
tampoco ama, la inmortalidad la llama y la noche, oscuridad difamada, se posa
en la tinta de quien la define pero no habla.
Efialtes es una rosa en llamas detenida en el tiempo, ardiendo, sin
cesar, en perenne destrucción, mientras la belleza, aún no ceniza, centellea
junto a su resplandor.
Es ojos, es manos, es caricia de ébano blanco, que susurra en silencio
marmóreo y observa con los párpados cerrados.
Es sensación de sentimiento no encontrado, de vocablo perdido,
extraviado, de mente difusa en paradojas mudas, que languidecen y contemplan el
aire de un porvenir inminente por no llegar, mientras la yema de la caricia no
encuentra qué acariciar y la entelequia provoca la añoranza.
Ilusión de ilusión, ilusión sin ilusionismo, delirio mimético que
resbala en quimeras de largas zarpas, rotas, limitadas y limadas, Efialtes
escribe, pero no habla, queda cautivada en un cielo de escarcha, en el frío de
un témpano de ese tiempo que no avanza; paralizada, paralizada, en una estación
abandonada.
Efialtes es una rosa en llamas que estalla, en pétalo y flama, y la
dimensión exagerada la atrapa en una
precipitada congelación fotográfica.