Y las
teclas vuelven a sonar en su cabeza. Como si tras un largo invierno floreciera
alguna cosa, aunque sea una música suave pero pesada, llena de nostalgia a
pesar de su delicadeza y fragilidad, como una rosa de cristal manchada con un
par de lágrimas rojas que se deslizan por su copa. Las teclas vuelven a sonar.
Los
dedos que ve tras sus párpados cerrados acarician el blanco y negro de su
mundo, lleno de tinta y papel, aportándole una melodía que hacía demasiado que
no siente. Aunque esa música no le sea del todo agradable, aunque esa música en
verdad lo desgarre. Pero ahí está, dentro de su coraza, floreciendo como una
primavera otoñal. Unas estaciones sin colores a pesar de ser las que la
realidad más les brinde. Unas estaciones todavía detenidas en el tiempo
invernal que hay dentro de esa bola de cristal. Quizá lo único que le falte entonces sea el calor, un verano cálido que derrita el hielo y permita que primavera
y otoño se fundan en uno en lugar de quedarse atrapados bajo unos grises muros
aéreos. Pero esa calidez no llega y la tormenta sigue haciendo acto de
presencia.
La
música suena y, aunque sólo sea en su cabeza, sus oídos la captan a la primera,
empapándose de ella como si fuera la lluvia de una tormenta de primavera.
¿Acaso esa melodía estará transformando todo aquello que se encuentra encerrado?,
¿o simplemente será otro intento en vano de un violento desgarro destinado al
fracaso? No lo sabe, pero pese a ello sigue y con los ojos cerrados sonríe
nostálgicamente. Quizá, pese a todo, ese paisaje modificado le aporte alguna
cosa nueva, sea mala o fructuosa, pero algo insólito con lo que pueda iluminar
un poco esa oscuridad que se cierne sobre su cabeza grisácea. Algo nuevo con lo
que poder mostrar un poco esa oscuridad que siempre le acompaña como una sombra
nocturna.
Y las
teclas vuelven a resonar en su cabeza, como si tras un largo invierno alguna
cosa floreciera en ese mundo que espera, que espera a que algo ocurra aunque
sea una locura; pues para ello necesita que el tiempo transcurra y el suyo se
encuentra detenido, como un reloj marchito. Pero aun así la espera prosigue,
aunque sea porque es lo único que tiene. Espera, paciente, a ver qué es lo que
ocurre. Y piensa en las teclas. Siempre teclas. Tanto para la escritura como
para la música. Teclas, papeles y manchas negras que se rompen y estallan en su
mente como fuegos artificiales que no hacen colores. Como fuegos artificiales
que, por lo menos, prenden emociones. Aunque éstas acaben dispersándose. Pero
logran que la vista se alce y que ésta observe aquellos centelleos que ofrece
la noche estrellada, permite contemplar una belleza lejana que le recuerda a
todas aquellas pérdidas que siempre añora. A todo aquello que, por mucho que alargue
la mano, nunca alcanza. Imágenes etéreas que se difuminan en la lejanía, como
los recuerdos hacen en la memoria misma.
Y
espera, espera y espera mientras las teclas resuenan otra vez en su cabeza.