viernes, 28 de febrero de 2014

Anhelo

Arrancarme la piel a tiras, sin ningún tipo de morfina, notando la salobre impotencia deslizarse por las heridas abiertas del deseo y el anhelo de tenerla cerca. De rodear su cuerpo con mis brazos, de fundir mi boca con la suya en un roce de labios producido por la cercanía de un abrazo que ansía el yacer a su lado. De un abrazo que espera, vacío y falto.
Enlazar los latidos de una respiración de suspiros, sosegada y calmada que marca “Tranquila, estoy contigo. Y sí, estoy aquí… para ti.”, pretendiente de su desahogo, de su llanto silencioso, del riego de sus lacrimosos ojos ansiosos por cerrar sus párpados una vez seguros. Una vez protegidos. Exponiéndome para detener los adversos flagelos del destino, resguardándola despellejando mi cuerpo mientras sonrío. Susurrándole esas palabras al oído, suave y decidido.
Esperando que la sombría tormenta amaine y ceda, que las tinieblas nocturnas, desnudadas por el destello crepuscular, no nos aterren; y que la demencia emocional cese, aclarándose como las gotas saladas que llueven.
Voluntarioso sacrificio, afanoso de la obtención de su júbilo; de la felicidad de esa fogosa musa de llamas tristes, a la cual me acerco para usar mi cuerpo como su combustible, aspirando arder consumido por su ser si con ello consiguiera alegrarla. Aunque fuese brevemente, como sus sonrisas arrancadas. Esas ligeras curvas en sus comisuras, dueñas de su rubor y sus dulzuras. Mínimas en estos tiempos aciagos, y por ello deseoso de originarlas sin siquiera pensarlo.
Entregando hasta el alma al Diablo, con tal de poder ver sus ojos centelleando y sus labios tímidamente rasgados, en esa risa que siempre me tiene encantado. Carbonizándome internamente, por el mero y sólido hecho de quererte, por el laborioso afán de lograr que esa pequeña y radiante chispa de esperanza nazca en el interior de su fuego; por mucho que mi cuerpo quede calcinado luego. Alcanzando al fin ese abrazo oxidado, sediento de la esencia de su presencia, dejando de estar falto y necesitado. Habiéndose con ella fundido, fusionado. Y yendo así, más allá de todos aquellos vocablos que pueda haber usado éste zorro obstinado. En el constante intento de obtener su exclusivo contacto, de su único y cariñoso rozamiento. De esa suave y cálida fricción, cuerpo con cuerpo.

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