domingo, 7 de febrero de 2016

Se desvanece

Perdido en el tiempo de una destructora indiferencia. Aislado en un mundo de libros y letras. Te observo, a lo lejos, partir.
Veo tu sombra apartarse de mi mirada, girar la cabeza entre decidida y asustada, y escucho cómo, en un bello silencio, se parte mi alma. No puedo sostener mi mirada; los ojos caen y las lágrimas me encharcan. ¿Cómo puedo hablar si mi garganta ha sido cortada por unas tajantes y afiladas palabras? ¿Cómo puedo, siquiera, sostener tu presencia si fue creada con simple y vana niebla? Sencillamente, no puedo. Y admitir eso me destroza los dedos, que sangran desde todos sus recovecos. Y busco de nuevo las teclas del recuerdo.
Pues para mí, la belleza reside en el brillo de lo fugaz y una melodía de piano pronta a terminar. Y aquí, como ves, cada vez hay más silenciosa oscuridad. Las estrellas murieron hace ya tiempo, en explosiones de sentimiento, y el cielo se apagó bajo el infinito, aplastado por quimeras impropias de los mitos. Ahora sólo queda el mudo grito de quien escribe, como puede, desgarrándose (y la evidencia de una ausencia implacable). Los pies ya ni siquiera se dignan a levantarse y el agudo suelo se clava en mis carnes; alzo la cabeza en un último intento de verte, pero sólo me queda una mirada triste y un cansancio inagotable, pues tu sombra, a lo lejos, ya se ha vuelto inalcanzable.

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