“Los
árboles se deshojan y lloran caducos como nuestros silencios.”
Es
curioso cómo, ahora que hay un silencio indefinido, añoro aquellos que
teníamos; no pensé que uno de tan grande me fuera a afectar tanto. Los de
antaño eran nuestros e interpretables, pero éste… simplemente cae para permanecer
en lugar de desvanecerse.
Hoy ha
llovido. Y yo ya no sé para qué o para quién escribo. Cada vez estoy más
disperso, como los fragmentos de las gotas que estallan al colisionar, sólo que
en mi lugar, a diferencia de ellas, ninguna pieza parece unirse para formar una más grande y nueva. Simplemente son cristales punzantes que no parecen poder
repararse. Y eso me entristece.
Me he
empapado de arriba abajo; mi sombrero, mi chaqueta de cuero e incluso mis
zapatos viejos. No se ha librado siquiera la pequeña libreta en la que se han
iniciado estas letras. Me he sentado en un banco, o al menos eso he imaginado,
notando cómo el frío del agua escalaba por mi espalda e invadía mi persona, para
luego sacar un lápiz y empezar a escribir. Las páginas se mojaron poco a poco y
todavía siguen húmedas. Es como si se impregnasen de unas lágrimas que se
niegan a marchar, a evaporarse y abandonar estos papeles. Igual es porque
expresan lo que sienten, pues en aquellos momentos, a pesar del cielo grisáceo
y las ramas desnudas que intentaban alcanzarlo, sólo había tristeza. Una
tristeza extraña y tiesa, como si estuviera congelada y yo tuviera que cargarla
a la espera de que se derritiera. Pero nada, cada vez era más fría y pesada.
Las
pequeñas notas de una melodía sonaban en mi cabeza en armonía con la lluvia.
Era como estar encerrado en una bola de cristal con cajita de música incluida.
¿Pero de qué servía todo eso? En esos lugares tan frágiles todo suele ser
bonito y casi perfecto, a pesar de lo que puedan significar si no se ven
desde dentro, pero aquí sólo hay descontento. Es como si desde que aparecieron los
nubarrones ya nada pudiera entrar o salir, ni siquiera vivir. Y yo ya no sé qué
hacer aquí. Espero mientras el tiempo sigue corriendo. Espero mientras veo cómo
todo va envejeciendo. Espero mientras noto cómo me quemo por dentro y sólo se
queda el desaliento debido a que los ánimos salieron en suspiros cenizos.
Espero y sueño.
Miro mis
manos bañadas de negro y no sé si es el carboncillo de escribir desgastado o el
hollín que he ido exhalando, pero en mi cabeza sé que la melodía que sonaba desde el pasado está llegando a su final y dejará a la lluvia sonar sin compañía. Será
otro silencio que se sumará a la pila. Así que me levanto y miro a mi alrededor:
todo sigue igual, intacto, como un decorado hecho a mano por algún artesano (aunque
éste lo haya abandonado inacabado), y pienso en los árboles y en cómo se
deshojan y en cómo lloran caducos como…
Silencio.
Y ahora
tiemblo de ausencia y me resigno en una sonrisa hueca por haber soltado letras
que forman palabras demasiado sinceras. Tiemblo, y no es por el frío que se
provoca a sí mismo, es por aquel que si pronuncias, desaparece, engendrado por
lo ausente a pesar de que, paradójicamente, sí se encuentre presente en mi
mente. Tiemblo, fantaseo y quiebro instantes. Irrealidades congeladas en bolitas de nieve.