Los trenes vienen aquí a morir, digo siempre. Es una estación
abandonada con personas donde solo ellas conocen su realidad; caduca como sus
almas.
Las luces de las, en antaño, farolas, ya no se distinguen de la
oscuridad del cielo que anochece sin estrellas, y las siluetas de los pasajeros
no son nada más que sombras de sus papeles, impresos en una máquina de tiempo y
dinero.
Aquí, en una estación así, ya no hay nada para nadie. Y uno solo puede
esperar mientras espera en no convertirse en parte del paisaje.
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