Quiero
perderme en la negrura, explorar la noche cerrada y sin estrellas que tus
pupilas albergan. Escudriñar todos los secretos guardados en ellas, repasando
poco a poco los brillantes colores que las rodean. Y, así, conocer al fin
aquellas palabras exactas que jamás fueron pronunciadas.
Quiero
extraviarme en las curvas, deambular por esos parajes inexplorados que perfila
tu silueta nocturna. Tantear con cautelosos dedos aquel terreno, acariciando su
suave superficie que tienta a mis besos. Y, de esta manera, hallar la firmeza
recíproca de tu aquiescencia.
Quiero
despistarme en las señales, vagar errante en un efímero presente que,
suspirante, iza mi velaje. Navegar entre susurros soplidos por la brisa de tu
hálito, procurando arriar en cada puerto formado por imperceptibles y fugaces
vocablos. Y, de esta forma, abordar cada riqueza etérea escondida en tu
esencia.
Pero lo
que más quiero, lo que más anhelo después de todo eso, es encontrarme en el
cálido afecto de tus brazos apasionados. Repasar con las manos nuestros cuerpos
mundanos, trazando caminos nuevos hacia cada recoveco antes de indagar con los
labios inquietos. Y sentir el palpitar del erotismo creciente en nuestros
seres, expresando su deleite con jadeos y gimoteos ascendentes, tornándose
gozosos gemidos vehementes y ardientes que buscan provocar ese último orgasmo descollante.
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