domingo, 30 de marzo de 2014

Páginas hambrientas

Abrir las páginas en blanco, observándote impasibles. Notar su frialdad esperando ser caldeada y alimentada con esas emociones que brotan de tu ser, transmitidas a través de negra tinta que fluye como tu misma sangre, manchando hojas y hojas con bellas letras que se comunican entre ellas, formando imágenes y sensaciones que van más allá de aquellos folios insensibles, hambrientos de vocablos.
Sentir un desorden mental, un caos de ideas que luchan entre ellas dentro de tu cabeza. Alterándote por querer dominar esa situación, esa batalla perdida con antelación, ese ajetreo que, si cobrase forma propia, fuera de tu mente, le agarrarías de las muñecas para ponerla contra la pared y acabar besándola mientras sus piernas rodean tu cintura para tirarte al catre, colocándose encima y siendo esa acumulación de pensamientos quien se pusiera dominante, desvistiéndote y mostrando tu evidente desnudez. Exponiendo tus miedos y anhelos. Exhibiéndote ante sus lujuriosos ojos, ansiosos de tus términos. Cogiéndolos uno a uno y liquidándolos, comiéndoselos como quien abre una caja de bombones y tira aquellos que no le gustan para zamparse sin piedad el resto, delante de un atormentado hambriento.
Forcejeas en una desesperada esperanza que se afana en dirigir aquel ente providente del todo y la nada, de la negra oscuridad que todo alberga y nada muestra. Queriendo ser tú esa vela que ilumina y disipa sus tinieblas, cogiendo palabras e ideas como quien revisa una vieja biblioteca.
Pero te golpea, te empuja, te ahoga y te folla. Agarrando tus manos para ponerlas en su cintura, intentándote distraerte en ese placer literario de escupir sin esculpir. Y es cuando finges el orgasmo, cuando engañas a ese amasijo abstracto, cuando le dices haber terminado, que lo tiras a un lado y tú te pones encima. Pero no lo maltratas, no le haces daño a pesar de que él te haya dejado desgarrado, sangrando caracteres rojamente entintados. Vocablos de lascivia contenida que fueron liberados de manera impulsivamente impúdica.
No, no le hieres. Incluso dejas que sus uñas, rabiosas, se claven en tu espalda para acercar vuestras caras, turbias y borrosas, que parecen desvanecerse. Quedando anónimas de nombre, pero conocidas de efigies. Amantes insoportables que se odian a muerte pese a necesitarse, tolerándose en contadas ocasiones aunque se disputen siempre el puesto dominante. Haciendo el amor a fuego lento, cociendo todo con suaves y cautelosos movimientos, vigilando que el resultado sea preciso y hermoso, procurando dejar apartada la vulgaridad, ocultándola nuevamente en la oscuridad. En ese pozo sin fondo repleto de monstruos famélicos, insaciables y roñosos. Atentos a todo con sus ojos peligrosos.
Y suspiras, jadeas y ambos gemís. Rodeándoos mutuamente con vuestros brazos, ciñéndoos hasta fundiros de nuevo para volver a ser un único ente de cuerpo y mente tras haber arrancado parte de vuestra esencia y plasmarla en aquellas páginas, ahora satisfechas.

1 comentario: