Mi
cuerpo fue arrastrado ante el público. Mi rostro, desfigurado, mostrado pese a ocultarse
tras una máscara de magulladuras. Y mi cometido quedó ridiculizado. Pero quisieron
saberlo, la curiosidad les pudo y por eso preguntaron. “¿Por qué lo hiciste, idiota?”.
Corrupción,
asesinatos, putas, asesinatos, inmundicia, asesinatos, venganza, asesinatos, muerte,
asesinatos. Todo está lleno de asesinatos. Asesinatos físicos, morales y
psicológicos. Asesinos que clavan sus zarpas en lo más profundo de los
corazones, por muy honestos que sean, y los retuercen hasta hacerlos suyos o
despedazarlos.
Crímenes
de óxido seduciendo con su podredumbre. Crímenes de óxido consumiendo vidas con
sus fauces deformes. Crímenes crecientes que aumentan su tamaño como el enorme monstruo
de sombras que vive tras las personas.
¿Cómo
querían que no lo hiciera si lo que mis ojos veían no era otra cosa que el mundo
ardiendo en llamas negras, consumiéndose él mismo en una implosión de bestias
humanas? ¿Cómo querían que no lo hiciera si la justicia estaba ciega de lo
ebria que iba? ¿Cómo querían siquiera que viviera en un mundo de cadáveres
andantes que sobrevivían a base de devorar carne inocente?
Estupideces
de invidentes. Estupideces perturbadas de engendros dementes.
Mis
manos, manchadas de sangre oscura, disfrutaron de la purga. Mi alma se relamió
sus colmillos con cada vida no vivida que arrebató. Pero mi mente, mi
pensamiento, se ofuscó al ver cómo combatía al fuego con más fuego y solamente
lograba avivar aquel incendio.
Mi ánima
estaba tan desgarrada como su carcasa, sucia como aquellos infames, sucia como
aquellos seres despreciables que merecían la muerte. Y lloró. Lloró como un
niño abandonado implorando la redención según continuaba su labor.
Pero el
niño, bobo, estaba descompuesto. Y las hienas aprovecharon ese momento; se
abalanzaron como perros cobardes, mandando a los borrachos con uniformes.
El rojo
manchó las calles al brotar de diversos gaznates, los huesos quebraron como
troncos huecos y la rabia inundó las bocas de aquellos individuos consumidos.
Pero mi cuerpo no aguantó y cedió, recibiendo las punzadas y los golpes de
aquella jauría que perdió su rumbo y se extravió. Así que cerré los ojos y,
paciente, esperé entre convulsiones a que terminasen.
La baba
colgaba de mi labio partido, los ojos, que vagaban entre la silenciosa
muchedumbre, se centraron en quien habló y mis palabras salieron:
–Por
vosotros.
Una
carcajada rasgó aquella garganta ahogada, ignorando las miradas alzadas, y la
sentencia fue ejecutada.
Todo
está lleno de asesinatos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario