domingo, 5 de julio de 2015

XXIII

Los ojos pesan, cansados de tanto sentimiento, y ruegan por cerrarse de una vez a este mundo emocional que llevan encadenado dentro. Las ojeras se suman a la carga y al vacío del interior que, pese a estar hueco, es mucho más pesado que si fuera llenado con eso que tanto anhela. Y el tiempo pasa en esa mirada exhausta, abandonada, suspirante por todo aquello que nunca obtendrá como quiere.
Los minutos se alargan, las horas se eternizan y los años mortifican, flagelando ese exhausto pecho tan necesitado de correspondencias; pues no hace otra cosa que lanzar cartas en botellas a mares tempestuosos, como si eso fuera a servir para algo más allá de para perder y romper sueños y deseos en miles de fragmentos que cortan como ese cristal roto que contenía aquel triste papel mal garabateado, ahora hundido y ahogado, gritando en burbujas bajo el océano.
El viento sopla, acaricia mi cabeza y la mirada se difumina. ¿Por qué las lágrimas se agarran a los párpados y se asoman? ¿De veras añoro tanto esos recuerdos de tacto y olfato?, ¿de veras añoro tanto los sabores del tiempo pasado? Pues es lo que noto en mis pupilas, que ahora sólo ven el mundo a través de un agua salada y cristalina. ¿Significará eso, pues, que yo también he saltado a nadar con esos mensajes, a buscar lo que ellos nunca lograron traerme? Pero en ese caso, ¿por qué lo habré hecho? Yo también voy a perderme como ellos. Aunque quizá, como mi esperanza, ahora sea lo único que quiero. Hundirme y ahogarme en la tempestad hasta que nadie encuentre mi cuerpo muerto desde hace tiempo, ahora sólo húmedo y medio descompuesto.
Así que los brazos golpean el agua sin ganas y las olas me devuelven las brazadas mal dadas según los pies crean una estela apenas percibida. Las estrellas del deseo brillan sobre mi testa observándome en esa noche, engañándome al rodearme con su reflejo, esperando que me lance de cabeza en alguno de esos espejismos al creer que al fin he logrado atrapar uno por mí mismo. Pero sólo nado y nado según mi llanto acrecienta ese vasto firmamento marino. Y las lágrimas brillan según se derraman, según descienden por mis mejillas hasta fundirse con esa marea que brama; brillan como reflejo de mi vida, brillan para indicar que ésta está siendo malgastada y perdida. Pero yo continúo, pues sólo puedo vivir de quimeras y deseos, de ensueños imposibles que apenas llego a rozar con los dedos y que se esfuman cuando mis labios se posan en ellos; convirtiéndose en humo, niebla y sueño, despertándome en la orilla de algún lugar desierto donde el sentimiento y la impotencia oprimen más mi pecho y yo vuelvo a lanzar mensajes embotellados y deshechos.