martes, 5 de mayo de 2015

La luna está bien alta, el bosque duerme y la noche se cubre / (Por debajo de un manto esponjoso)

La luna está bien alta, el bosque duerme y la noche se cubre de la mirada de las estrellas con su manto de nubes de tormenta para poder empezar a llorar por debajo de éstas. La frustración rompe el llanto en forma de relámpago y los truenos gritan por una impotencia incapaz de expresarse. La furia zarandea los brazos de los árboles, agitándolos para que golpeen y se derrumben, cayendo como meras hojas arrojadas por el viento en mitad de un oscuro invierno.
Con un vendaval que arrastra unas lágrimas convertidas en suciedad y fango, en ríos de lodo lloroso que arramblan lo poco vivo que queda para ahogarlo en su fondo incierto y pantanoso, el tiempo pasa como aquella tierra perdida en una ciénaga quemada. Las plantas bajas fueron arrasadas por una violencia desatada, y las más altas no tardaron en caer para perecer. La cólera chocó contra las ramas de la carencia y la aflicción estalló en miles de fuegos e incendios, los cuales consumieron hasta su propio oxígeno; devastando todo lo vivo.
Las raíces del subsuelo despellejado sangran y tiñen de savia la tierra encarnecida. Los anhelos y deseos convertidos en ceniza se deshacen y desvanecen al no distinguirse entre el paisaje; se disipan con la explosión de la ignición, con aquellas llamas, vientos y rayos que todo arrasaron. La calma recupera su noche y la noche recupera su silencio, pero no por debajo de aquel esponjoso manto, pues la esencia de vida sigue fluyendo por la polvareda y poco a poco todo lo llena mientras las últimas brisas ululan entre las ruinas y sombras carbonizadas donde las emociones se desencuentran fragmentadas poco antes de ser apagadas.

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