lunes, 30 de enero de 2017

Pasa la noche lenta

La noche pasa lenta. Lenta pasa la noche. La noche pasa, lenta. Y las estrellas no parecen querer brillar en ese cielo que se extiende sobre una cabeza reclinada sobre una indiferencia materializada en madera.
La penumbra ha cubierto la habitación con sus garras tras acariciarla lentamente según la luz cedía ante su abrigo, ignorante del frío, y ya nada importa; el abismo se ha vuelto realidad.
La noche, que vigilaba, a lo lejos, con sus astros, no ofrece ya seguridad; el dolor la ha dañado y su grito no logra resquebrajar ningún cristal. Quién diría que esas lunas perdidas en la inmensidad finalmente se perderían de verdad. Quién diría que el puño que las ansiaba, al fin, las iba a alcanzar, aunque no fuese tal como deseaba.
La noche… pasa lenta. Y el llanto que se silencia en ella se propaga por unas lágrimas secas. Los dedos lograron hallar el corazón y sus uñas se han clavado como víboras sedientas de dolor, envenenando según hurgaban más y más en su interior, royendo todo lo que pudiera parecer, en algún momento, vivo.
Y el golpe seco ha estallado cual fuego de artificio demencial.
Todo aquello que alguna vez se tomó por firme, salta por los aires y sólo se observan pedazos cayendo eternamente; uno tras otro, uno tras otro, como si nunca fuera suficiente; uno tras otro, uno tras otro, explosionando y ensordeciendo toda palabra que pudiera querer perdurar en el eco del tiempo, hasta que las propias agujas del reloj cayeron con los números reventados por el suelo.
La noche pasa lenta. Lenta pasa la noche. Y el latir de la cabeza que gotea reclinada sobre una indiferente mesa parece creerse una estrella.

sábado, 21 de enero de 2017

[...]

Los trenes vienen aquí a morir, digo siempre. Es una estación abandonada con personas donde solo ellas conocen su realidad; caduca como sus almas.
Las luces de las, en antaño, farolas, ya no se distinguen de la oscuridad del cielo que anochece sin estrellas, y las siluetas de los pasajeros no son nada más que sombras de sus papeles, impresos en una máquina de tiempo y dinero.
Aquí, en una estación así, ya no hay nada para nadie. Y uno solo puede esperar mientras espera en no convertirse en parte del paisaje.