lunes, 23 de mayo de 2016

Cuadros de-en París

Me gusta cuando las nubes parecen humo que vaga por un cielo estrellado por un solo astro. Ver sus formas, dilatadas y desgarradas como trazos de pinceles rotos que erran sin rumbo en un lienzo inacabado, e imaginar que no hay imagen a la que se asemejen porque ellas mismas son su propio reflejo.
Me gusta cuando el viento mueve esas figuras de abstracta concepción mientras a mí me mueve, o más bien arrastra, como a ellas, el tiempo en otro espacio; menos tranquilo, menos calmado, pero más estable que sus tonos grisáceos pendientes de oscurecerse o aclararse hasta perecer.
Me gusta la tarde, cuando los trenes circulan en vías dorsales donde sus ruedas traquetean en una calma pasajera con voces de fondo; cuando todo pensamiento puede disolverse en un sorbo y la exhalación emanar su olvido. Es agradable ver esos cuadros indefinidos colgados en muros desemparedados donde el sol, bien alto, brilla cual foco invisible sobre su escenario.