lunes, 22 de febrero de 2016

Impresión

Esta mañana empieza un poco apagada. No sé el día que hace fuera de las pocas paredes que me rodean, pero la luz aquí apenas entra. Imagino que las nubes deben tapar el Sol, quien se debe revolver por proyectar su luz entre los pequeños huecos que le dejen, mientras la calle se mantiene de un color grisáceo. Supongo que el viento debe aullar entre los callejones y las pequeñas oberturas de las paredes, arrastrando algunas hojas muertas, pero tampoco puedo estar seguro de ello; aquí no hay sonido alguno más allá del de mi respiración. Quizá, y sólo quizá, algún pájaro vuele a lo lejos, entre un cielo blanco esponjoso y una niebla que difumina su silueta. Pero ni siquiera de eso estoy seguro. Puede que no sea así, puede que ni siquiera las nubes impidan la luz y la calle no sea gris, pero esa es la impresión que me da a mí, quien se encuentra encerrado entre unas pocas paredes y una ventana que parece pintada.

domingo, 7 de febrero de 2016

Se desvanece

Perdido en el tiempo de una destructora indiferencia. Aislado en un mundo de libros y letras. Te observo, a lo lejos, partir.
Veo tu sombra apartarse de mi mirada, girar la cabeza entre decidida y asustada, y escucho cómo, en un bello silencio, se parte mi alma. No puedo sostener mi mirada; los ojos caen y las lágrimas me encharcan. ¿Cómo puedo hablar si mi garganta ha sido cortada por unas tajantes y afiladas palabras? ¿Cómo puedo, siquiera, sostener tu presencia si fue creada con simple y vana niebla? Sencillamente, no puedo. Y admitir eso me destroza los dedos, que sangran desde todos sus recovecos. Y busco de nuevo las teclas del recuerdo.
Pues para mí, la belleza reside en el brillo de lo fugaz y una melodía de piano pronta a terminar. Y aquí, como ves, cada vez hay más silenciosa oscuridad. Las estrellas murieron hace ya tiempo, en explosiones de sentimiento, y el cielo se apagó bajo el infinito, aplastado por quimeras impropias de los mitos. Ahora sólo queda el mudo grito de quien escribe, como puede, desgarrándose (y la evidencia de una ausencia implacable). Los pies ya ni siquiera se dignan a levantarse y el agudo suelo se clava en mis carnes; alzo la cabeza en un último intento de verte, pero sólo me queda una mirada triste y un cansancio inagotable, pues tu sombra, a lo lejos, ya se ha vuelto inalcanzable.