sábado, 31 de mayo de 2014

Bestia

Abres los ojos tras unos segundos de estar y no estar, clavas los dedos en la húmeda tierra llena de suciedad y te pones a gatas, escupiendo sangre al suelo. Pero una patada en el estómago te hace rodar y te tira otra vez. La boca te sabe a mugre y hierro y percibes que quien te ha estado golpeando se acerca. Ladeas la cabeza, mirándolo de reojo, y percibes en la comisura de sus labios una sonrisa triunfal. Esa sonrisa que da por hecho que alcanzará la victoria pase lo que pase.
–Los de vuestra calaña deberían estar muertos –escuchas antes de girarte y notar un pisotón en tu pecho que te corta súbitamente el aliento.
Vuestros ojos se cruzan. Los suyos tienen seguridad y pena, decepcionados por esta actuación. Los tuyos tienen miedo, e impotencia.
Por favor…, suplicas en tu mente mientras miras al cielo nocturno bañado en nubarrones. Por favor…, insistes según notas el viento acariciando tu cabeza ensangrentada. “¡Por favor!”, gritas exasperado, exigiendo con una voz quebrada. Y al fin logras ver esa luz que tanto ansiabas que brillase en la bóveda celeste mientras tu contrincante se agacha para cogerte del cabello y escupirte en la cara según desenfunda una daga.
Tú pataleas, como si intentases zafarte. Y gruñes, mostrando que en realidad no es eso lo que pretendes. Él se aparta de golpe y te observa, confuso, para luego alzar la vista al firmamento. Su mirada está alterada, no se había fijado en que la persecución había durado más de lo previsto, en que la cacería se alargó debido a su soberbia. Esa arrogancia que fue la encargada de que ahora se horrorizase mientras veía cómo el cuerpo delgado, casi esquelético, del hombre que había derrumbado hacía rato, se iba incorporando según aumentaba su tamaño y crujían sus huesos. Adquiriendo una atroz corpulencia, propia de una bestia.
El montero lanza su daga, clavándotela en la espalda, pero apenas notas el dolor a pesar de que un pequeño hilo de sangre negra a la luz de las estrellas tiña tu oscuro pelaje. Y ya erguido sobre tus dos patas, giras la cabeza para olfatear el olor del cazador hecho presa.
Tus húmedos colmillos, asomándose bajo el hocico, se muestran en lo que parece una siniestra sonrisa, pero ambos sabéis que no estás riendo. Eres un animal. Un animal herido, acorralado y hambriento. Dotado además de intelecto y resentimiento.
Tu nueva caza se da la vuelta, queriendo huir como tú hiciste desde buena mañana, pero él no tiene la misma suerte; la áurea mirada, antes celeste, que reluce por tu apetito, se ha clavado en su espalda. Justamente como, segundos después, hicieron tus garras mientras un grito gutural rompía el silencio del bosque antes de ser acallado por un aullido.
Lo giras de un zarpazo y las uñas se clavan en su carne poco a poco. Pero él ya no grita, aprieta los dientes y siente cómo los ojos le estallarán en cualquier momento según la respiración se le hace dificultosa, exponiendo todo su cuello al brillo lunar. Tentando con esa primera vista de su palpitante y sudorosa yugular.

Y vuestras miradas se cruzan de nuevo. La suya está llena de miedo, e impotencia, turbada por esta actuación. La tuya de seguridad y pena, junto al resplandor de una rabia expuesta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario